martes, 17 de julio de 2018

La magia de la seducción para hacernos engordar - Juan Arias


Un hecho es cierto: tanto niños como adultos están cada día más gordos. Y eso en todo el mundo, desde los Estados Unidos a China.

Y se dice que existe una magia secreta de seducción que nos arrastra a engordar. Lo cuenta el libro de un periodista americano que está haciendo furor. Lo vamos a ver enseguida.


¿Será que engordamos porque somos cada día más ricos o porque nos estamos empobreciendo?  Para la Organización Mundial de la Salud se trata de una epidemia, y existe ya hasta el día mundial contra la obesidad: el 1 de octubre.

Los analistas de la salud pública buscan los virus de esta epidemia. Indagan quiénes y cómo nos seducen para engordar tanto a ricos como a pobres.

Lo curioso es que las personas engordan cada día más sea en los países que se están enriqueciendo como Brasil, México o China, sea en los que se están empobreciendo como Estados Unidos y Europa.

En los Estados Unidos, ya el 50% de la población está por encima de su peso. El mismo porcentaje lo encontramos en el Brasil en desarrollo.

España es el país con más obesidad infantil de Europa. Y hasta en China, por primera vez, el número de personas con exceso de peso supera a las de peso normal.

En México los índices de obesidad han triplicado en los últimos 25 años. 

Cuando en Brasil Lula llegó al poder en 2002, lanzó el reto de un Brasil “sin hambre” y creó un programa social llamado “Hambre cero”.

Meses después, un estudio a escala nacional reveló que en Brasil no sólo no había hambre, sino que el 49% de la población estaba por encima del peso ideal.


Lula cambió el nombre al programa y lo llamó “Bolsa familia” para ayudar a salir de la pobreza- no del hambre- a millones de personas, con escasos recursos, pero, muchas de ellas también con más peso del deseable.

En España, al parecer, un número considerable de mujeres que están bajo el límite de la pobreza han empezado a engordar al tener que contentarse con alimentos más baratos y menos nutritivos.

Hay también quién engorda porque al no tener tiempo para cocinar buscan los alimentos ya preparados de los supermercados

Los especialistas se tiran de los pelos analizando las verdaderas razones de esta epidemia de obesidad que golpea a nuestra sociedad creándole graves problemas de salud.

Moisés Naim, acaba de denunciar en este mismo diario la epidemia de la obesidad junto con los recortes a nuestras libertades personales.

Según él, más que lo que comemos, la culpa de estar cada día más gordos se debe sobre todo a la vida sedentaria. También, pero según me han dicho varios médicos de la Academia de Medicina de Brasil, los alimentos suponen hoy el 50% de la causa del aumento de obesidad en el mundo.


El periodista americano, Michael Moss, premio Pulitzer en 2010, ha resumido, por ejemplo, el problema de la tendencia de la humanidad a engordar con tres palabras: sal, grasas y azúcar (Salt Sugar Fat) que son el título de su libro lanzado hace poco en los Estados Unidos.

Y como si fuera un policía investigativo, asegura haber encontrado al autor del crimen. Serían las industrias procesadoras de alimentos, que cada día, escribe, “nos colocan en el mercado toneladas de comidas deliciosas que engordan sin remedio”.

El libro no es un panfleto, ni una denuncia sin más de las empresas que llenan los supermercados con sus tentaciones “envenenadas”.

Es un trabajo de investigación que llega a la conclusión de que esas industrias que nos brindan los alimentos para llevarlos directamente a la boca, usan el “arte de la seducción” de nuestros sentidos para crearnos adicción a cosas sabrosísimas, al llevar embutido en ellas un exceso de sal, grasas o azúcar, “tres tentaciones irresistibles al paladar”, escribe.

Convencidos los responsables de esas industrias de que podrían estar ultrapasando los límites éticos y morales, convocaron en 1999, una reunión de los gigantes mundiales del mercado de alimentos confecionados.


Algunos de ellos confesaron su preocupación por el exceso de esos tres enemigos embalados en los alimentos que estaban creando, entre otros males, un aumento considerable de casos de cáncer en el mundo.

La reunión, según cuenta Moss, fracasó porque el entonces presidente de la General Mills, les dijo que los consumidores eran libres de comprar lo que quisieran y que lo que pedían eran “cosas sabrosas”. Y añadió: “!No me vengan con monsergas de nutrición!"

Esa magia de las industrias de alimentos procesados, que acaban envolviendo nuestro paladar y haciéndolo esclavo de esas gustosas tentaciones, está basada en el estudio de los efectos que causan en nuestro centro de placer cerebral, un exceso de sal, grasas o azúcar

El libro analiza todas las estratagemas que esas industrias usan para cautivar nuestro paladar. Basta, dice Moss, observar el embalaje de una de esas delicias para que nuestro cerebro tienda nuestra mano a comprarlo automáticamente.

Y, desgraciadamente, esos alimentos, que no dan trabajo pues ya está preparaditos y aliñados, se encuentran hoy en los mercados de cualquier rincón del mundo y a la mano de consumidores tanto ricos como pobres.


A veces las autoridades políticas, conscientes de ese peligro grave que acecha a la Humanidad de hoy, exigen a las industrias bajar los tenores de esos tres criminales ocultos que son la sal, la grasa y el azúcar. Lo acaba de hacer con la sal el gobierno de Brasil. Sin embargo, como dice el periodista americano, las industrias de alimentos confeccionados “saben enseguida buscar atajos para burlar la ley”.

Ellos siguen ganando dinero, y nosotros engordando. Y lo peor, lo hacemos relamiéndonos en nuestro propio envenenamiento.

Sin duda, no son sólo esos productos los que han traído esa epidemia de obesidad, pero no cabe duda que el periodista ha destacado uno de los granes peligros que nos acechan a adultos y niños.

Estos últimos, como explica muy bien otro libro también entre los más vendidos en el mundo, El Poder de los hábitos, de Charles Duhigg, ya saben distinguir enseguida en los supermercados esas golosinas supersaturadas de sal, grasas y azúcar.

Que lo digan sino los padres y madres que llevan a su pequeños a hacer con ellos la compra.

Por: Juan Arias | 29 de abril de 2013
elpais.es


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