“Ningún hombre es una isla”, escribió
John Donne en 1624, y, sin saberlo, su frase representa hoy una valiosa lección
para las neurociencias contemporáneas. Sucede que el cerebro humano se gesta,
se desarrolla y se expresa (e incluso se daña) en entornos sociales.
Para comprender nuestra mente, debemos estudiar la interacción entre
aspectos biológicos, cognitivos e interpersonales. En los últimos 20 años ha
surgido una nueva aproximación, llamada neurociencia afectiva, social y
cognitiva (SCAN, por sus siglas en inglés), que redefinió el estudio de los procesos
mentales.
La mente y el contexto interpersonal,
afectivo y cultural
La interdependencia entre factores
biológicos y sociales es evidente en investigaciones sobre cuadros clínicos. Por ejemplo, la
depresión (aquellos sentimientos exacerbados de tristeza, desesperanza y
perdida de interés que impactan de forma negativa y significativa en la vida
cotidiana de quien los padece) puede estar vinculada a varios procesos, entre
ellos:
o Químicos: por ejemplo,
los cambios en ciertos neurotransmisores serotoninérgicos pueden producir
depresión.
o Psicológicos: por ejemplo,
una actitud pesimista continua, acompañada de pensamientos negativos
recurrentes, pueden facilitar la depresión.
o Sociales, que
resultan aún más interesantes: en situaciones de aislamiento
social, la soledad real o percibida (cuando una persona está rodeada de gente,
pero se siente sola y se percibe sin vínculos) puede modificar la expresión de
genes inflamatorios, una de las primeras respuestas del sistema inmune. Esto
duplica las probabilidades de desarrollar demencia y enfermedades cardíacas, e
incluso aumenta el riesgo de muerte. Múltiples estudios científicos recientes
de la neurociencia social han revelado cómo las interacciones sociales
insalubres, no basadas en la confianza, pueden aumentar el riesgo de
desarrollar depresión y otros cuadros psiquiátricos.
Las neurociencias y la salud
Ahora bien, ¿cómo han de integrarse los conocimientos sociales y
neurocientíficos para contribuir a cuestiones tan apremiantes como la pobreza,
la desigualdad socioeconómica, la salud y el bienestar? Un ejemplo de esta
integración proviene de estudios que han mostrado cómo la privación social
temprana (como la que sufren los niños institucionalizados) produce un severo
retraso madurativo de la corteza frontal y otras regiones cerebrales; así como
múltiples déficits cognitivos (tales como el nivel intelectual y la capacidad
de abstracción, por mencionar algunos) y socioemocionales (capacidad de
reconocer e interpretar emociones, dificultad para entender las intenciones de
los otros, y desadaptación social, entre otros).
El Proyecto de Intervención Temprana de Bucarest demostró que
los niños abandonados cerca del nacimiento y criados en patronatos de dicha
ciudad rumana, sin una adecuada vinculación psicosocial, presentan limitaciones
cerebrales, intelectuales, emocionales y lingüísticas. La pobreza y los factores
que la acompañan (consumo de alcohol, mala alimentación, mayor exposición a
maltrato, menor educación) producen serias desigualdades. Las personas con alta
vulnerabilidad social y con nivel socioeconómico bajo tienen mucho más riesgo
de desarrollar enfermedades cardíacas, cáncer, y por supuesto, alteraciones
neurocognitivas.
Por otro lado, los pacientes con
afectaciones cerebrales nos permiten estudiar por qué a veces cometemos
deslices ocasionales y se producen cambios en nuestra conducta social. No hace
falta tener Alzheimer para olvidarnos dónde pusimos la llave de
casa, ni tener Síndrome de la Tourette para que un día se nos salga la chaveta
y le gritemos a nuestro jefe que su madre ejerce la más antigua de las
profesiones. Un desbarajuste cerebral puede hacer que olvidemos cosas,
caminemos temblorosos, evitemos el contacto social o larguemos malas palabras a
diestra y siniestra. Las causas de estos y tantos otros infortunios pueden ser
de lo más variadas. A veces el problema está en desperfectos estructurales al
interior de las neuronas. En otras ocasiones, la mente se enferma porque dichas
células no se comunican bien. O a veces, es el entramado social el que produce
cambios a nivel cerebral. Es así que estudiar las afectaciones cerebrales nos
brindan valiosas lecciones para comprender la mente sana y para promover la
salud cerebral.
Neurociencias y ciencias sociales: el
vínculo que falta
Las implicancias de esta nueva concepción integradora de las
neurociencias van mucho más allá del ámbito clínico. La SCAN ha forjado nuevas
avenidas para el diálogo con campos que abordan directamente las dinámicas
sociales, como la salud, la economía, el derecho, la educación, la formulación
de políticas públicas y la sociología. Esta interacción incluso ha dado lugar a
nuevas especialidades, como la neurosociología o la neurociencia cultural. La
SCAN pone de manifiesto la relevancia de considerar los afectos, la cultura, y
nuestra naturaleza intrínsecamente prosocial para alcanzar desarrollos
aplicables en la vida cotidiana.
Por ejemplo, el desarrollo de hábitos sociales saludables, las
relaciones basadas en la confianza y la reciprocidad, y la promoción de
actividades grupales no sólo mejoran la calidad de vida de las personas, sino
que promueven su salud mental y cerebral. En consecuencia, han surgido
oportunidades sin precedentes para explorar los vínculos íntimos entre los procesos
biológicos individuales y los fenómenos socioculturales interpersonales. En ese
transitar social que llamamos vida, nuestras neuronas ejecutan una sinfonía
guiada por dos batutas: la propia y la de los que nos rodean.
En la era del neuroboom, donde el cerebro se erige –a menudo
exageradamente– como un elemento explicativo para cualquier fenómeno, es
indispensable promover un enfoque crítico y polifónico para explorar, tensar,
discutir, promover, criticar y reconsiderar los límites entre la neurociencia
social y las ciencias sociales. Por ello, hemos recogido las perspectivas de más de 50 investigadores empíricos y
teóricos que operan en neurociencia y ciencias sociales en todo el mundo,
abriendo oportunidades para que la neurociencia social salga del laboratorio al
centro de la vida social.
Con este aporte, que es parte de una
propuesta impulsada por el Banco Interamericano del Desarrollo (BID) en
Sudamérica, llamada “Grupo de estudio de las ciencias del
comportamiento para las políticas de protección social y salud: un enfoque
basado en el ciclo de vida”, esperamos sumar nuestro grano de
arena para que la mente humana salga de la isla que le depararon viejos
enfoques científicos, a fin de entenderla con plena consciencia de su
naturaleza social.
Comparte tus ideas y experiencias sobre el vínculo entre neurociencias y
salud y bienestar en la sección de comentarios o mencionando a @BIDgente en Twitter.
Copyright © 2018. Banco Interamericano de Desarrollo. Si deseas republicar el artículo, por favor solicita autorización a sph-communication@iadb.org.
Por Agustín Ibáñez, Lucas Sedeño y Adolfo M. García
No hay comentarios.:
Publicar un comentario