sábado, 18 de mayo de 2019

Neurociencias y conducta social - Agustín Ibáñez, Lucas Sedeño y Adolfo M. García



“Ningún hombre es una isla”, escribió John Donne en 1624, y, sin saberlo, su frase representa hoy una valiosa lección para las neurociencias contemporáneas. Sucede que el cerebro humano se gesta, se desarrolla y se expresa (e incluso se daña) en entornos sociales.

Para comprender nuestra mente, debemos estudiar la interacción entre aspectos biológicos, cognitivos e interpersonales. En los últimos 20 años ha surgido una nueva aproximación, llamada neurociencia afectiva, social y cognitiva (SCAN, por sus siglas en inglés), que redefinió el estudio de los procesos mentales.
La mente y el contexto interpersonal, afectivo y cultural

La interdependencia entre factores biológicos y sociales es evidente en investigaciones sobre cuadros clínicos. Por ejemplo, la depresión (aquellos sentimientos exacerbados de tristeza, desesperanza y perdida de interés que impactan de forma negativa y significativa en la vida cotidiana de quien los padece) puede estar vinculada a varios procesos, entre ellos:

o    Químicos: por ejemplo, los cambios en ciertos neurotransmisores serotoninérgicos pueden producir depresión.

o    Psicológicos: por ejemplo, una actitud pesimista continua, acompañada de pensamientos negativos recurrentes, pueden facilitar la depresión.

o    Sociales, que resultan aún más interesantes: en situaciones de aislamiento social, la soledad real o percibida (cuando una persona está rodeada de gente, pero se siente sola y se percibe sin vínculos) puede modificar la expresión de genes inflamatorios, una de las primeras respuestas del sistema inmune. Esto duplica las probabilidades de desarrollar demencia y enfermedades cardíacas, e incluso aumenta el riesgo de muerte. Múltiples estudios científicos recientes de la neurociencia social han revelado cómo las interacciones sociales insalubres, no basadas en la confianza, pueden aumentar el riesgo de desarrollar depresión y otros cuadros psiquiátricos.

Las neurociencias y la salud

Ahora bien, ¿cómo han de integrarse los conocimientos sociales y neurocientíficos para contribuir a cuestiones tan apremiantes como la pobreza, la desigualdad socioeconómica, la salud y el bienestar? Un ejemplo de esta integración proviene de estudios que han mostrado cómo la privación social temprana (como la que sufren los niños institucionalizados) produce un severo retraso madurativo de la corteza frontal y otras regiones cerebrales; así como múltiples déficits cognitivos (tales como el nivel intelectual y la capacidad de abstracción, por mencionar algunos) y socioemocionales (capacidad de reconocer e interpretar emociones, dificultad para entender las intenciones de los otros, y desadaptación social, entre otros).
El Proyecto de Intervención Temprana de Bucarest demostró que los niños abandonados cerca del nacimiento y criados en patronatos de dicha ciudad rumana, sin una adecuada vinculación psicosocial, presentan limitaciones cerebrales, intelectuales, emocionales y lingüísticas. La pobreza y los factores que la acompañan (consumo de alcohol, mala alimentación, mayor exposición a maltrato, menor educación) producen serias desigualdades. Las personas con alta vulnerabilidad social y con nivel socioeconómico bajo tienen mucho más riesgo de desarrollar enfermedades cardíacas, cáncer, y por supuesto, alteraciones neurocognitivas.

Por otro lado, los pacientes con afectaciones cerebrales nos permiten estudiar por qué a veces cometemos deslices ocasionales y se producen cambios en nuestra conducta social. No hace falta tener Alzheimer para olvidarnos dónde pusimos la llave de casa, ni tener Síndrome de la Tourette para que un día se nos salga la chaveta y le gritemos a nuestro jefe que su madre ejerce la más antigua de las profesiones. Un desbarajuste cerebral puede hacer que olvidemos cosas, caminemos temblorosos, evitemos el contacto social o larguemos malas palabras a diestra y siniestra. Las causas de estos y tantos otros infortunios pueden ser de lo más variadas. A veces el problema está en desperfectos estructurales al interior de las neuronas. En otras ocasiones, la mente se enferma porque dichas células no se comunican bien. O a veces, es el entramado social el que produce cambios a nivel cerebral. Es así que estudiar las afectaciones cerebrales nos brindan valiosas lecciones para comprender la mente sana y para promover la salud cerebral.

Neurociencias y ciencias sociales: el vínculo que falta

Las implicancias de esta nueva concepción integradora de las neurociencias van mucho más allá del ámbito clínico. La SCAN ha forjado nuevas avenidas para el diálogo con campos que abordan directamente las dinámicas sociales, como la salud, la economía, el derecho, la educación, la formulación de políticas públicas y la sociología. Esta interacción incluso ha dado lugar a nuevas especialidades, como la neurosociología o la neurociencia cultural. La SCAN pone de manifiesto la relevancia de considerar los afectos, la cultura, y nuestra naturaleza intrínsecamente prosocial para alcanzar desarrollos aplicables en la vida cotidiana.
Por ejemplo, el desarrollo de hábitos sociales saludables, las relaciones basadas en la confianza y la reciprocidad, y la promoción de actividades grupales no sólo mejoran la calidad de vida de las personas, sino que promueven su salud mental y cerebral. En consecuencia, han surgido oportunidades sin precedentes para explorar los vínculos íntimos entre los procesos biológicos individuales y los fenómenos socioculturales interpersonales. En ese transitar social que llamamos vida, nuestras neuronas ejecutan una sinfonía guiada por dos batutas: la propia y la de los que nos rodean.
En la era del neuroboom, donde el cerebro se erige –a menudo exageradamente– como un elemento explicativo para cualquier fenómeno, es indispensable promover un enfoque crítico y polifónico para explorar, tensar, discutir, promover, criticar y reconsiderar los límites entre la neurociencia social y las ciencias sociales. Por ello, hemos recogido las perspectivas de más de 50 investigadores empíricos y teóricos que operan en neurociencia y ciencias sociales en todo el mundo, abriendo oportunidades para que la neurociencia social salga del laboratorio al centro de la vida social.

Con este aporte, que es parte de una propuesta impulsada por el Banco Interamericano del Desarrollo (BID) en Sudamérica, llamada “Grupo de estudio de las ciencias del comportamiento para las políticas de protección social y salud: un enfoque basado en el ciclo de vida”, esperamos sumar nuestro grano de arena para que la mente humana salga de la isla que le depararon viejos enfoques científicos, a fin de entenderla con plena consciencia de su naturaleza social.

Comparte tus ideas y experiencias sobre el vínculo entre neurociencias y salud y bienestar en la sección de comentarios o mencionando a @BIDgente en Twitter.

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Por Agustín Ibáñez, Lucas Sedeño y Adolfo M. García


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