"El casabe" (Círculo de Periodismo Científico de Venezuela, 1979), por Thea Segall. Fotos: Alfredo Sainz ©Archivo Fotografía Urbana
[En la entrega 62 de «Apuntes sobre el fotolibro» compartimos este texto de la periodista cultural Catherine Medina Marys sobre El casabe (Caracas, 1979), de Thea Segall. Diseñado por Nedo M.F., la edición de ese libro estuvo a cargo del Círculo de Periodismo Científico de Venezuela al considerarlo un «apreciable ejemplo de periodismo científico».]
Hace algunos
años, quien escribe estas líneas recordó el extraño antojo de una amiga
entrañable que vive desde hace cuatro años al sur de Chile. Estaba embarazada y
durante el primer trimestre de su gravidez solo le provocaba un alimento tan
particular como lejano: un trozo tostado de casabe venezolano.
Ca-sa-be. Las
dos primeras sílabas remiten al hogar, a la raíz. Alimento de etnias
colombianas, brasileras y, principalmente, venezolanas. «Casabe» viene del
arahuaco «cazabí», que literalmente significa «pan de yuca». Así, el
casabe se descompone en «casa» y «sabe», el verbo que comparten la sabiduría y
la gastronomía. El que usan los adultos cuando el niño quisquilloso les
pregunta por el sabor de un alimento nuevo. Cuando la curiosidad infantil
cuestiona «¿a qué sabe?», la respuesta triunfal culmina con un «a casabe».
El casabe (CPCV, 1979), por Thea Segall. Diseñado por Nedo
M.F. Fotos: Alfredo Sainz ©Archivo Fotografía Urbana
El acompañante
ideal de las sopas y los guisos, en especial del palo a pique oriental,
y su naturaleza firme y tostada ofrece la consistencia perfecta para untar
quesos blandos tradicionales o incluso dips y salsas de
manufactura más americanizada. El casabe es noble: ni dulce ni salado, con una
textura crocante que, una vez disuelta, se funde en la lengua y viaja al
estómago pasando por el corazón.
Aquí entra el
trabajo de Thea Segall (Moldavia, 13 de marzo de 1929-Caracas, 25 de octubre de
2009), fotógrafa de origen rumano y nacionalizada venezolana desde 1958,
ganadora del Premio Nacional de Fotografía y autora, entre numerosas ediciones,
de una particular secuencia fotográfica titulada El casabe.
El casabe fue editado en 1979, auspiciado por el Círculo
de Periodismo Científico de Venezuela (CPCV) y es la primera de tres
fotosecuencias de la autora, a la que le siguen La curiara,
que se refiriere al método de elaboración de estas particulares canoas
alargadas usadas por los indígenas venezolanos como principal transporte
fluvial, y El tambor, como exploración y acercamiento a la
percusión nativa venezolana.
El texto de
presentación, escrito en inglés y en español, sigue de cerca a las mujeres de
las tribus Ye’cuana o Maquiritare. El casabe y sus
treinta fotografías en blanco y negro demuestran un interés más que genuino en
acompañar a las cocineras de esta particular torta vegetal en el sentido
estricto del fotorreportaje, sin que se convierta en un ensayo antropológico.
Desde su
llegada al país en 1958, Thea Segall se dedicó a la fotografía de manera
independiente, trabajando como fotógrafa de los comedores infantiles de Nueva
Esparta y cubriendo actos de grado, matrimonios y bautizos con su propio
estudio de fotografía ubicado en la calle Real de Sabana Grande, en Caracas. Su
trabajo la llevó a trabajar como fotógrafa del departamento de antropología del
Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) y, posteriormente,
integró el Círculo de Periodismo Científico de Venezuela, órgano que permitió
mostrar su trabajo internacionalmente.
La
fotosecuencia que compone El casabe forma parte de esta
etapa fructífera de Segall, cuyo discurso es reconstruido por el diseñador
venezolano Nedo M.F. en este fotolibro –en la más clásica de sus formas–. Hay
en estas páginas una genuina curiosidad no solo por conocer cómo nuestras
tribus originarias ejecutan un proceso milenario, sino también una preocupación
palpable por documentar y registrar este proceso legendario y guardarlo para la
generación posterior.
El casabe (CPCV, 1979), por Thea Segall. Fotos: Alfredo
Sainz ©Archivo Fotografía Urbana
El casabe es
un pan de yuca que los nativos venezolanos elaboran con ese tubérculo. Se
elabora tanto con yuca dulce como con yuca amarga; este procedimiento requiere
un paso extra que permite la extracción total del cianuro que pueda contener.
Su origen se
remonta, según evidencia arqueológica, al tercer milenio antes de Cristo. Es
decir, hace aproximadamente cinco mil años. De modo pues que la preparación del
casabe no es solo una receta más de la tradición indígena americana. Es una
manera de entendernos, estudiarnos, reconocernos.
La cámara de
Thea Segall se cuela, cual voyerista, en la faena diaria de las indígenas
jóvenes, adultas y ancianas mientras elaboran el bastimento que llevarán los
hombres al salir de caza, la comida con la que alimentarán a sus pequeños.
El obturador captura
el rayo de luz que se enreda en el corte motilón de las mujeres, entre sus pechos
caídos que bailan impúdicos al ritmo de los brazos que rayan la yuca, los
agujeros de las cestas tejidas con palma donde se escurrirá la carne blanca ‒a
veces dulce, a veces amarga‒ de este tubérculo originario.
El casabe (CPCV, 1979), por Thea Segall. Fotos: Alfredo
Sainz ©Archivo Fotografía Urbana
El proceso
comienza con la recolección de las raíces que se lavan, pelan y rallan en
grandes tablas rectangulares en las que los Ye’cuana incrustan pequeños pedazos
de metal. La pulpa se recoge en curiaras o canoas desechadas, y luego se
deposita en un cilindro llamado sebucán, tejido con las hojas de
una palma conocida como casupo o tirita. La forma del sebucán permite que sea
estirado verticalmente, lo que ejerce presión sobre la pulpa y de ese modo poder
extraer un jugo que los indígenas llaman yare, utilizado en guisos
y bebidas fermentadas.
La pulpa
deshidratada se pasa por otro tamiz tejido. El producto resultante es,
precisamente, la harina de yuca que se extenderá en una capa fina sobre el
budare y que el calor convertirá en una torta de casabe que se dejará secar al
sol para eliminar el exceso de humedad.
Solo después
de este laborioso proceso, aderezado con milenarias tradiciones indígenas, es
cuando esa torta blanca, circular y tostada será apta para el consumo de todos
los que nos relamemos con la imagen mental del casabe crocante al lado del
plato.
Nos separan
milenios desde el primer registro histórico sobre la confección del casabe. Se
sigue preparando de la misma forma, con la misma receta a pesar de los embates
de la colonización, la independencia, las guerras, los terremotos y los
deslaves.
Así el casabe,
así los indígenas, así el trabajo fotográfico de Segall: testimonios físicos de
una cultura que se rehúsa a desaparecer.
El casabe (CPCV, 1979), por Thea Segall. Fotos: Alfredo
Sainz ©Archivo Fotografía Urbana
Por Prodavinci
22/12/2022





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