Bebé en ciernes
Tener un hijo es enfrentarse a una
industria enorme que le sugiere a uno qué es lo que debe darles para jugar, ver
y oír, todo con el fin de tener niños listos y felices. Los padres se
preguntan: ¿Cómo puede uno asegurarse de que un niño sea inteligente? ¿Cómo se
puede hacer de un niño una persona feliz? ¿Cómo se le enseña a un niño a ser
bueno?
Las respuestas a estas preguntas
están llenas de mitos como los de que ponerle música de Mozart, tener un montón
de juguetes “educativos” y llenar un estante con DVDs para estimular el cerebro
del niño en crecimiento los hará más inteligentes.
Pero ¿hasta qué punto la ciencia ha
logrado establecer cómo podemos lograr esto? ¿Qué se sabe realmente, sobre
bases sólidas, sobre cómo tener un niño inteligente y feliz? Hay cuatro cosas
que se ha comprobado que ayudan y favorecen el desarrollo del cerebro en el
útero, que son especialmente importantes en la segunda mitad del embarazo, y
son: el peso del bebé, la nutrición, el estrés y el ejercicio de la madre.
El peso adecuado
Antes de comenzar a hablar de la
alimentacieon diremos que hay una investigación muy interesante que únicamente
se ha hecho una vez, y que esperemos que pronto se repita para lograr tener más
consenso al respecto; esta investigación dice que los vómitos durante el
embarazo se relacionan positivamente con la inteligencia de los niños. Es
decir, a más vómitos más inteligencia. Las razones parecen ser dos: que es un
resabio de nuestro pasado evolutivo, ya que la dieta de nuestros antepasados
durante el pleistoceno (desde 2.5 millones de años hasta hace 12 mil años)
contenía elementos que eran tóxicos para los embriones [Profet, 1988] y la otra
es que dos hormonas que estimulan los vómitos ayudan a las neuronas en su
crecimiento [Nulman y cols., 2009].
Hablando ahora sí de la alimentación,
las embarazadas comen por dos y por ello las necesidades energéticas cambian;
pero se debe comer moderadamente porque es tan malo que los niños al nacer
tengan poco o mucho peso. En general, la inteligencia de los niños varía en
función del tamaño del cerebro y el volumen cerebral está relacionado con el
peso al nacer, lo que significa que, hasta cierto punto, los bebés más grandes
tienen cerebros más grandes.
Los bebés desnutridos tienen menos
neuronas y menos conexiones entre ellas; por eso, cuando esos niños crecen
tienen más problemas de comportamiento, son más lentos para hablar, tienen conflictos
escolares, bajas puntuaciones en las pruebas de inteligencia y hasta son malos
deportistas.
¿Cuánto debe crecer un niño? Parece
ser que lo máximo debe ser 3.5 kilos; si un bebé pesa 3 kilos y otro 3.5 hay
sólo un punto de diferencia en el cociente intelectual entre ellos a favor del
segundo, pero por encima de los cuatro kilos de peso, el CI comienza a bajar,
probablemente porque al ser demasiado grandes sufren de hipoxia y otras
lesiones durante el parto [Eliot, 1999].
¿Cuánto peso debe aumentar la mamá en
el embarazo? Eso dependerá de su peso antes del embarazo. De
acuerdo con el Instituto de Medicina de la Academia Nacional de Ciencias de Estados
Unidos, si antes estaba desnutrida debería aumentar un máximo de 18 kilos; si
tiene peso normal cuando mucho 15; si tienen sobrepeso 11, y si tiene obesidad
mórbida no debe pasar de los 9.
Dieta
Todo el mundo ha oído hablar de que
las mujeres embarazadas tienen extrañas preferencias alimentarias. Al extremo
de estos antojos se le conoce como pica o deseo de comer cosas que no son
comida, como tierra y barro. ¿Hay evidencias de que deba prestárseles atención
a estos antojos? Es decir, ¿estos antojos nos dicen que hay una deficiencia
nutricional que puede ser subsanada comiendo tierra o talco para bebés? La
respuesta es no. Hay algunas evidencias de que las deficiencias de hierro
pueden detectarse conscientemente, pero es raro [Lacey, 1990].
Los bebés desnutridos tienen menos neuronas y menos
conexiones entre ellas; por eso, cuando esos niños crecen tienen más problemas
de comportamiento, son más lentos para hablar, tienen conflictos escolares,
bajas puntuaciones en las pruebas de inteligencia y hasta son malos
deportistas.
Dado que ya conocemos un poco sobre
nuestro pasado evolutivo, se sabe que debemos comer dándole un fuerte énfasis a
las frutas y verduras [Wrangham, 2009]; en general la clave es tener una dieta
equilibrada. Hasta el momento sólo se ha comprobado que hay dos suplementos
alimenticios que afectan positivamente el desarrollo cerebral de los niños en
útero: uno es el ácido fólico, que debe ser tomado alrededor de la fecundación,
y el otro son los ácidos grasos omega-3.
Estos ácidos grasos son componentes
importantes de las membranas de las neuronas, pero a los humanos nos cuesta
mucho producirlos, por ello tenemos que encontrar comida que lo tenga en
exceso, y ésos son los pescados; si no consumimos suficientes de esos ácidos
entonces tendremos más probabilidades de padecer dislexia, déficit de atención,
depresión y otros problemas mentales.
La cantidad que todo el mundo
coincide que es la adecuada son 350 gramos de pescado a la semana; un estudio
de Harvard examinó a 135 bebés y los hábitos alimenticios de sus mamás durante
el embarazo y determinaron que quienes habían consumido más pescado a partir
del segundo trimestre tuvieron bebés más inteligentes, de acuerdo con pruebas
cognitivas que miden la memoria, el reconocimiento y la atención a los seis
meses de nacidos [Gomez-Pinilla, 2008].
Estrés y ejercicio
En 1998 se desató una de las peores
tormentas de hielo de la que tiene recuerdo Canadá. Como resultado de ella
muchísimas personas estuvieron bajo un hielo paralizante durante semanas, y
aunque en ese entonces no se sabía se generó un nivel tan intenso de estrés que
terminó por impactar a los niños que en ese momento estaban en gestación. Un
estudio publicado en 2008 así lo demostró: los niños de la tormenta de hielo
tenían problemas en el lenguaje y el CI verbal [LaPlante y cols., 2008]. Se ha
ido demostrando además que el estrés prenatal puede cambiar el temperamento de
los hijos, volviéndolos irritables y difíciles de consolar [Huizink y cols.,
2003].
Si el ejercicio es demasiado extenuante entonces se
bloquea el flujo sanguíneo al bebé y su cerebro se puede sobrecalentar (un
aumento de tan solo dos grados puede afectarlo); en el tercer trimestre esto es
más importante porque la mamá tiene menos oxígeno, así que el mejor ejercicio sería
que nadara para que disipara el exceso de calor del útero.
No todos los estrés son malos, deben
cumplirse dos condiciones para que afecte a los niños: tiene que ser demasiado
frecuente (debe ser crónico, implacable, sostenido y prolongado, como una enfermedad
crónica, pobreza, un trabajo exigente, etc.), y tiene que ser muy severo (el
punto clave es la perdida de control, como cuando el esposo se muere, se es
víctima de un asalto criminal, etcétera.).
Al parecer el estrés de la mamá hace
que aumente la cantidad de glucocorticoides (las hormonas del estrés), los
cuales cruzan la placenta y atacan en primer lugar el sistema límbico, un área
cerebral implicada en las emociones y la memoria causando que esta región se
desarrolle más lentamente. El segundo blanco es el sistema de bloqueo encargado
de controlar los niveles de glucocorticoides, el sistema de moléculas que
controlan nuestra respuesta al estrés, resultando en un hipotálamo “confundido”
que bombeará más glucocorticoides de los necesarios, creando un círculo vicioso
[Gunnar y Quevedo, 2006].
Una de las maneras más fáciles de
reducir el estrés es haciendo ejercicio. Una vez más nuestra historia evolutiva
tiene la respuesta de por qué es así. Durante muchísimo tiempo el ejercicio fue
una parte importantísima de nuestra vida; siendo cazadores-recolectores, lo más
seguro es que una mujer llegara a caminar al menos veinte kilómetros al día.
Por lo tanto, el ejercicio debería
ser una parte de los embarazos humanos. Tiene beneficios tan prácticos como hacer
que les duela menos el parto y que tengan que pujarse menos que las mujeres
obesas [Manders y cols., 2008]. Pero también tiene efectos positivos en los
bebés: suelen ser más inteligentes probablemente porque se estimula la
producción de una molécula que bloquea los efectos negativos de los
glucocorticoides, cuyo nombre es BDNF (factor neurotrófico derivado del
cerebro).
Pero, ojo, ni tanto que queme al
santo ni tan poco que no lo alumbre. Si el ejercicio es demasiado extenuante
entonces se bloquea el flujo sanguíneo al bebé y su cerebro se puede
sobrecalentar (un aumento de tan solo dos grados puede afectarlo); en el tercer
trimestre esto es más importante porque la mamá tiene menos oxígeno, así que el
mejor ejercicio sería que nadara para que disipara el exceso de calor del
útero. Con treinta minutos diarios de ejercicio al 70% de su máximo (utilizando
la regla de 220 menos su edad) es más que bueno.
Espero que con todo esto ya no vaya a
gastar su dinero en productos que dicen mejorar el CI, el temperamento o la
personalidad de su hijo por nacer. No se ha probado que ninguno de ellos
funcione. ®
Bibliografía
Profet, M. (1988), “The evolution of pregnancy sickness as protection to the embryo against Pleistocene teratogens”, Evol Theor 8: 177–190.
Nulman I. et al. (2009), “Long-term neurodevelopment of
children exposed to maternal nausea and vomiting of pregnancy and Diclectin”, J Pediat 155 (1): 45–50.
Eliot, L.
(1999), What’s Going On in
There: How the Brain and Mind Develop in the First Five Years of Life, Nueva York: Bantam Books, p. 444.
Lacey, E.P.
(1990), “Broadening the perspective of pica: literature review”, Pub Health Rep 105 (1): 29–35.
Wrangham, R.
(2009), Catching Fire: How
Cooking Made Us Human, Nueva
York: Basic Books.
Gomez-Pinilla
F. (2008), “Brain foods: the effects of nutrients on brain function”, Nat Rev Neurosci9: 568–578.
LaPlante, D.P. et al. (2008), “Project ice storm: prenatal
maternal stress affects cognitive and linguistic functioning in 5.5 year old
children”, J Am Acad Child
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1063–1072.
Huizink, A.C. et al. (2003), “Psychological measures of
prenatal stress as predictors of infant temperament”, J Child Psychol Psychiatry 44 (6): 810–818.
Gunnar, M. y
Quevedo, K. (2006), “The neurobiology of stress and development”, Ann Rev Psych58: 145–173.
Manders,
M.A.M., et al. (2008), “The effects of maternal
exercise on fetal heart rate and movement patterns”, Early Hum Dev 48: 237–247.
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