Las estructuras poblacionales en América Latina y
el Caribe están cambiando y los retos no son pocos. Por ejemplo, el 11% de la población mayor de 60 años depende de otras personas para su cuidado
diario. Tanto la magnitud como la intensidad de la dependencia aumentan con la
edad de la población, afectando mayoritariamente a las mujeres. Y mientras desde 1965 a la
actualidad la población en edad de trabajar creció más que la población
dependiente, lo contrario ocurrirá entre 2020 y 2100.
¿Qué significa todo esto? Que la región se
encuentra en plena transición demográfica. Está pasando de tener altas tasas de fertilidad y
de mortalidad, con muchos nacimientos pero pocos supervivientes, a otra
realidad en la que las familias tienen pocos niños y casi todos sobreviven.
Pero este
proceso sucede en dos etapas: primero, disminuye la mortalidad y las familias
siguen teniendo mucha descendencia, siendo algunas generaciones muy numerosas
durante algunos años, hasta que la tasa de fertilidad también disminuye.
¿Cómo impactan estas transformaciones?
Como consecuencia de estos cambios demográficos, durante unos años la proporción de personas en
edad de trabajar es mayor en comparación con las personas dependientes, como
los niños o adultos mayores. Este periodo se conoce como bono demográfico y es
una oportunidad que hay que aprovechar en términos económicos.
Un mayor
número de personas en edad de trabajar puede traducirse en un aumento del
crecimiento económico de un país y de las contribuciones a la seguridad social
que financian servicios públicos esenciales como la salud, la educación o las
pensiones. Además, es fundamental para el buen funcionamiento de los
presupuestos económicos de los Estados que muchos jóvenes aporten con sus
impuestos a los sistemas de salud. En general, la población joven requiere de
pocos servicios, más allá de los preventivos.
Pero el
bono demográfico no es una garantía. Para que genere rendimientos, es necesario
que los países promuevan las condiciones adecuadas que permitan a estas
generaciones jóvenes:
o Incorporarse al mercado laboral
en actividades productivas
o Contribuir a los sistemas de
seguridad social
o Llevar estilos de vida saludables
que no supongan presiones excesivas para los gastos sanitarios cuando sean
adultos mayores.
o
Cuando el bono demográfico pasa factura
Cuando las generaciones más numerosas envejecen, el
bono expira. Pasa a haber, proporcionalmente, más personas dependientes y menos
en edad de trabajar. Además, al contrario de lo que sucedía antes, las personas dependientes son adultos mayores y no niños.
Entonces empieza a crearse la factura demográfica:
independientemente de que se hayan aprovechado o no
las ventajas del bono demográfico, cuando la población envejece, hay que pagar
la cuenta. Es más, la población adulta mayor requiere de más servicios de salud e incluso de
cuidados para
realizar actividades cotidianas como comer y/o bañarse. Además, el reto para
sostener las pensiones no es poca cosa. Con una menor proporción de personas
trabajando, hay menos ingresos estatales por impuestos y, por ende, menos
contribuciones a los sistemas de seguridad social.
¿Estamos más viejitos, más enfermos, y más pobres?
La perspectiva no es tranquilizadora para los
países que en su momento no aprovecharon la fase del bono demográfico. Es
decir, aquellos cuyas generaciones del bono no
contribuyeron —directa o indirectamente— al sistema de salud durante su etapa
productiva. Muy probablemente, se encontrarán con instituciones débiles y con
una financiación insuficiente para hacer frente a sus crecientes necesidades de
salud.
Si estas generaciones no llegan con buena salud a la tercera edad, las demandas en servicios
médicos y cuidados podrían ser aún mayores. Es el caso de México y Chile, donde
las condiciones de salud entre los mayores de 60 años se han deteriorado
significativamente, tendencia que va aumentando.
Además, si las generaciones más numerosas no cotizan para tener una pensión durante su
juventud, ni las familias ni los gobiernos cuentan con los recursos necesarios
para hacer frente a la factura demográfica.
En muchos
países de América Latina y el Caribe el bono demográfico empieza a disminuir y
se invierte la proporción entre la población en edad de trabajar y la población
dependiente. Se aprecia ya un aumento del número de personas mayores, mientras
se dan tasas de natalidad cada vez más bajas. Sin embargo, aún hay capacidad de
respuesta y algunos países todavía están a tiempo de aprovechar el bono
demográfico para hacer frente a la factura.
Un
requisito fundamental para hacerlo es invertir en salud preventiva para
promover el envejecimiento saludable. Los países con las poblaciones más
envejecidas están en el momento preciso para diseñar y fortalecer las políticas
públicas que promuevan el acceso a servicios de cuidado de calidad coordinados
con los servicios de salud. Siguiendo esas medidas, para empezar, ¿será posible
reducir y posponer la factura demográfica de salud?
¿Cómo es la situación demográfica en tu país? ¿Se
ha aprovechado el bono, o hay que prepararse para la factura? Cuéntanos en
la sección de comentarios o mencionando a @BIDgente en Twitter.
Nadin Medellín Almanza es consultora en protección
social.
Pablo
Ibarrarán es
especialista líder en la División de Protección Social y Salud del Banco
Interamericano de Desarrollo.
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