jueves, 7 de febrero de 2019

¿Estamos preparados para la factura demográfica? - Nadin Medellín y Pablo Ibarrarán.



Las estructuras poblacionales en América Latina y el Caribe están cambiando y los retos no son pocos. Por ejemplo, el 11% de la población mayor de 60 años depende de otras personas para su cuidado diario. Tanto la magnitud como la intensidad de la dependencia aumentan con la edad de la población, afectando mayoritariamente a las mujeres. Y mientras desde 1965 a la actualidad la población en edad de trabajar creció más que la población dependiente, lo contrario ocurrirá entre 2020 y 2100.


¿Qué significa todo esto? Que la región se encuentra en plena transición demográfica. Está pasando de tener altas tasas de fertilidad y de mortalidad, con muchos nacimientos pero pocos supervivientes, a otra realidad en la que las familias tienen pocos niños y casi todos sobreviven.

Pero este proceso sucede en dos etapas: primero, disminuye la mortalidad y las familias siguen teniendo mucha descendencia, siendo algunas generaciones muy numerosas durante algunos años, hasta que la tasa de fertilidad también disminuye.
¿Cómo impactan estas transformaciones?

Como consecuencia de estos cambios demográficos, durante unos años la proporción de personas en edad de trabajar es mayor en comparación con las personas dependientes, como los niños o adultos mayores. Este periodo se conoce como bono demográfico y es una oportunidad que hay que aprovechar en términos económicos.
Un mayor número de personas en edad de trabajar puede traducirse en un aumento del crecimiento económico de un país y de las contribuciones a la seguridad social que financian servicios públicos esenciales como la salud, la educación o las pensiones. Además, es fundamental para el buen funcionamiento de los presupuestos económicos de los Estados que muchos jóvenes aporten con sus impuestos a los sistemas de salud. En general, la población joven requiere de pocos servicios, más allá de los preventivos.
Pero el bono demográfico no es una garantía. Para que genere rendimientos, es necesario que los países promuevan las condiciones adecuadas que permitan a estas generaciones jóvenes:
o    Incorporarse al mercado laboral en actividades productivas
o    Contribuir a los sistemas de seguridad social
o    Llevar estilos de vida saludables que no supongan presiones excesivas para los gastos sanitarios cuando sean adultos mayores.
o     
Cuando el bono demográfico pasa factura

Cuando las generaciones más numerosas envejecen, el bono expira. Pasa a haber, proporcionalmente, más personas dependientes y menos en edad de trabajar. Además, al contrario de lo que sucedía antes, las personas dependientes son adultos mayores y no niños.
Entonces empieza a crearse la factura demográfica:

independientemente de que se hayan aprovechado o no las ventajas del bono demográfico, cuando la población envejece, hay que pagar la cuenta. Es más, la población adulta mayor requiere de más servicios de salud e incluso de cuidados para realizar actividades cotidianas como comer y/o bañarse. Además, el reto para sostener las pensiones no es poca cosa. Con una menor proporción de personas trabajando, hay menos ingresos estatales por impuestos y, por ende, menos contribuciones a los sistemas de seguridad social.

¿Estamos más viejitos, más enfermos, y más pobres?

La perspectiva no es tranquilizadora para los países que en su momento no aprovecharon la fase del bono demográfico. Es decir, aquellos cuyas generaciones del bono no contribuyeron —directa o indirectamente— al sistema de salud durante su etapa productiva. Muy probablemente, se encontrarán con instituciones débiles y con una financiación insuficiente para hacer frente a sus crecientes necesidades de salud.

Si estas generaciones no llegan con buena salud a la tercera edad, las demandas en servicios médicos y cuidados podrían ser aún mayores. Es el caso de México y Chile, donde las condiciones de salud entre los mayores de 60 años se han deteriorado significativamente, tendencia que va aumentando.

Además, si las generaciones más numerosas no cotizan para tener una pensión durante su juventud, ni las familias ni los gobiernos cuentan con los recursos necesarios para hacer frente a la factura demográfica.
En muchos países de América Latina y el Caribe el bono demográfico empieza a disminuir y se invierte la proporción entre la población en edad de trabajar y la población dependiente. Se aprecia ya un aumento del número de personas mayores, mientras se dan tasas de natalidad cada vez más bajas. Sin embargo, aún hay capacidad de respuesta y algunos países todavía están a tiempo de aprovechar el bono demográfico para hacer frente a la factura.
Un requisito fundamental para hacerlo es invertir en salud preventiva para promover el envejecimiento saludable. Los países con las poblaciones más envejecidas están en el momento preciso para diseñar y fortalecer las políticas públicas que promuevan el acceso a servicios de cuidado de calidad coordinados con los servicios de salud. Siguiendo esas medidas, para empezar, ¿será posible reducir y posponer la factura demográfica de salud?
¿Cómo es la situación demográfica en tu país? ¿Se ha aprovechado el bono, o hay que prepararse para la factura? Cuéntanos en la sección de comentarios o mencionando a @BIDgente en Twitter.
Nadin Medellín Almanza es consultora en protección social.
Pablo Ibarrarán es especialista líder en la División de Protección Social y Salud del Banco Interamericano de Desarrollo.

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