Seguramente
has leído o escuchado hablar sobre la
transición demográfica y los retos que esto genera para los sistemas de salud. La transición
demográfica comienza cuando baja la tasa de mortalidad infantil, lo que resulta
en cohortes de niños y jóvenes muy numerosas en relación con la población
adulta. Conforme pasa el tiempo, aumenta la esperanza de vida de la población,
pues normalmente mejoran las condiciones socioeconómicas y el acceso a
servicios de salud.
Al mismo tiempo, se
reduce la tasa de fecundidad, que en parte se debe a que las parejas notan que
ya no es necesario tener muchos hijos para asegurarse que algunos sobrevivan, y
a que el acceso a anticonceptivos ha incrementado. A esto se le suman los
progresos culturales y sociales que motivan a las mujeres a desarrollarse en
distintas áreas y tener menos hijos o posponer sus embarazos.
La transición
demográfica, entonces, favorece que haya sociedades donde nacen “pocos” niños
(y casi todos sobreviven) pero donde todavía no hay “muchos” adultos mayores.
Durante esta etapa, los niños que nacen con altas probabilidades de sobrevivir,
en un entorno donde la fecundidad no ha disminuido, se incorporan a la
población económicamente activa y entonces se genera un bono demográfico; esto
es, relativamente, hay mucha gente en edad de trabajar en relación con la
población que no está en edad de trabajar –niños y adultos mayores.
Más adelante, la
transición concluye cuando la fecundidad disminuye y la esperanza de vida
aumenta; entonces la generación de jóvenes envejece y el porcentaje de adultos
mayores aumenta. Una población que tiene un 10% o más de adultos mayores ya se
considera una población envejecida.
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Retos de la transición demográfica
Cuando
un país está en etapa avanzada de transición demográfica, es decir, con una
gran proporción de adultos mayores (como es el
caso de Uruguay, Chile y Costa Rica, por ejemplo), surgen nuevos
retos. Uno de ellos es el cuidado de los adultos mayores, que en muchos
casos tienen dificultades para desempeñarse por sí solos en la vida
diaria, incluyendo comer, bañarse, vestirse, usar el inodoro y trasladarse dentro
y fuera de la cama.
Otro
reto es el aumento
en las enfermedades crónicas como resultado de una mayor exposición
a factores de riesgo. Hasta hace poco se consideraba que los adultos mayores
tenían más propensión a estas enfermedades; en realidad, las enfermedades
crónicas ya ocurren en todos los grupos de edad. Sin embargo, son más
frecuentes entre los adultos mayores.
Esta situación de
aumento de enfermedades crónicas y reducción de enfermedades infecciosas se
conoce como transición epidemiológica. Ocurre cuando los países disminuyen la
carga de enfermedades infecciosas, como la diarrea, asociadas normalmente con
condiciones higiénicas y sanitarias deficientes, y ven aumentar la carga de las
enfermedades crónicas. Entre éstas se encuentran la diabetes, hipertensión,
condiciones cardíacas y enfermedades pulmonares, que generalmente se asocian a
estilos de vida poco saludables, caracterizados por el sedentarismo,
tabaquismo, consumo de alimentos de alta densidad calórica y exceso en el
consumo del alcohol.
El caso de México
En
países como México los principales desafíos del envejecimiento consisten, no
tanto en que aumente el número de adultos mayores, como en el deterioro del
estado de salud de dichos grupos. El Estudio Nacional de Salud y Envejecimiento (ENASEM) arroja algunos
datos alarmantes sobre este fenómeno. La encuesta es representativa a nivel
nacional para la población a partir de los 50 años y recoge información de tipo
longitudinal, siguiendo a las mismas personas a lo largo del tiempo
(incorporando a nuevas cohortes periódicamente para mantener la
representatividad). Las gráficas a continuación hablan por sí solas.
FIGURA 1: Proporción de
personas dependientes (50+) – 2001 vs. 2015
FIGURA 2: Diabetes
FIGURA 3: Hipertensión
Gráficos: Cálculos
propios con base en el ENASEM.
En pocas palabras, el
principal desafío no es el aumento en la proporción de adultos mayores, que ya
de por sí es un reto, sino el deterioro en sus condiciones de salud. En un
periodo de tan solo quince años, que son poquísimos para cambios tan
sustantivos en materia de salud y demografía, se han observado cambios
impresionantes, con un aumento considerable en la proporción de adultos mayores
dependientes.
¿Cómo interpretar este fenómeno?
Lo más
alarmante es la tendencia: en todos los grupos de edad, y en especial a
partir de los 60 años, aumenta el porcentaje de la población con necesidades de
cuidado. Es claro, las cohortes más jóvenes mostraron peores
indicadores de salud en 2015 que en 2001. Por ejemplo, en 2001 solamente el 11%
de los adultos entre 70 y 79 años tenían una situación de
dependencia, porcentaje que aumentó al 23% en 2015.
Lo mismo ocurre en el
caso de la hipertensión y la diabetes, que son dos de las enfermedades crónicas
más prominentes. Por ejemplo, en el caso de la población de 60-69 años, el
porcentaje de personas con diabetes aumentó 62,5% (pasando de 16 a 26 personas
por cada 100) y el de hipertensión aumentó en 17,5% (pasando de 40 a 47
personas por cada 100).
Hoy estamos
enfrentando significativos retos sanitarios y de cuidados, producto de cambios demográficos
y epidemiológicos. Los primeros, que son graduales, son consecuencia del
aumento en la proporción de personas mayores. Por ejemplo, del total de
población de 50 años y más en México, el peso relativo del grupo de 60-69 pasó
del 31% al 33%, y el del grupo de 70-79 pasó del 16% al 20% en el período de
2001 a 2015. Los cambios epidemiológicos son más drásticos y reflejan la
ausencia o limitaciones de políticas preventivas y estilos de vida poco
saludables en materia de alimentación y ejercicio en las últimas décadas.
Pablo Ibarrarán es Especialista líder en
protección social en la División de Protección Social y Salud del Banco
Interamericano de Desarrollo
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