jueves, 7 de febrero de 2019

Vivimos más pero somos menos saludables ¿Cómo enfrentarlo? - Pablo Ibarrarán.



Seguramente has leído o escuchado hablar sobre la transición demográfica y los retos que esto genera para los sistemas de salud. La transición demográfica comienza cuando baja la tasa de mortalidad infantil, lo que resulta en cohortes de niños y jóvenes muy numerosas en relación con la población adulta. Conforme pasa el tiempo, aumenta la esperanza de vida de la población, pues normalmente mejoran las condiciones socioeconómicas y el acceso a servicios de salud.

Al mismo tiempo, se reduce la tasa de fecundidad, que en parte se debe a que las parejas notan que ya no es necesario tener muchos hijos para asegurarse que algunos sobrevivan, y a que el acceso a anticonceptivos ha incrementado. A esto se le suman los progresos culturales y sociales que motivan a las mujeres a desarrollarse en distintas áreas y tener menos hijos o posponer sus embarazos.
La transición demográfica, entonces, favorece que haya sociedades donde nacen “pocos” niños (y casi todos sobreviven) pero donde todavía no hay “muchos” adultos mayores. Durante esta etapa, los niños que nacen con altas probabilidades de sobrevivir, en un entorno donde la fecundidad no ha disminuido, se incorporan a la población económicamente activa y entonces se genera un bono demográfico; esto es, relativamente, hay mucha gente en edad de trabajar en relación con la población que no está en edad de trabajar –niños y adultos mayores.
Más adelante, la transición concluye cuando la fecundidad disminuye y la esperanza de vida aumenta; entonces la generación de jóvenes envejece y el porcentaje de adultos mayores aumenta. Una población que tiene un 10% o más de adultos mayores ya se considera una población envejecida.
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Retos de la transición demográfica

Cuando un país está en etapa avanzada de transición demográfica, es decir, con una gran proporción de adultos mayores (como es el caso de Uruguay, Chile y Costa Rica, por ejemplo), surgen nuevos retos. Uno de ellos es el cuidado de los adultos mayores, que en muchos casos  tienen dificultades para desempeñarse por sí solos en la vida diaria, incluyendo comer, bañarse, vestirse, usar el inodoro y trasladarse dentro y fuera de la cama.

Otro reto es el aumento en las enfermedades crónicas como resultado de una mayor exposición a factores de riesgo. Hasta hace poco se consideraba que los adultos mayores tenían más propensión a estas enfermedades; en realidad, las enfermedades crónicas ya ocurren en todos los grupos de edad. Sin embargo, son más frecuentes entre los adultos mayores.

Esta situación de aumento de enfermedades crónicas y reducción de enfermedades infecciosas se conoce como transición epidemiológica. Ocurre cuando los países disminuyen la carga de enfermedades infecciosas, como la diarrea, asociadas normalmente con condiciones higiénicas y sanitarias deficientes, y ven aumentar la carga de las enfermedades crónicas. Entre éstas se encuentran la diabetes, hipertensión, condiciones cardíacas y enfermedades pulmonares, que generalmente se asocian a estilos de vida poco saludables, caracterizados por el sedentarismo, tabaquismo, consumo de alimentos de alta densidad calórica y exceso en el consumo del alcohol.
El caso de México

En países como México los principales desafíos del envejecimiento consisten, no tanto en que aumente el número de adultos mayores, como en el deterioro del estado de salud de dichos grupos. El Estudio Nacional de Salud y Envejecimiento (ENASEM) arroja algunos datos alarmantes sobre este fenómeno. La encuesta es representativa a nivel nacional para la población a partir de los 50 años y recoge información de tipo longitudinal, siguiendo a las mismas personas a lo largo del tiempo (incorporando a nuevas cohortes periódicamente para mantener la representatividad). Las gráficas a continuación hablan por sí solas.
FIGURA 1: Proporción de personas dependientes (50+) – 2001 vs. 2015


FIGURA 2: Diabetes

FIGURA 3: Hipertensión
Gráficos: Cálculos propios con base en el ENASEM. 

En pocas palabras, el principal desafío no es el aumento en la proporción de adultos mayores, que ya de por sí es un reto, sino el deterioro en sus condiciones de salud. En un periodo de tan solo quince años, que son poquísimos para cambios tan sustantivos en materia de salud y demografía, se han observado cambios impresionantes, con un aumento considerable en la proporción de adultos mayores dependientes.
¿Cómo interpretar este fenómeno?

Lo más alarmante es la tendencia: en todos los grupos de edad, y en especial a partir de los 60 años, aumenta el porcentaje de la población con necesidades de cuidado. Es claro, las cohortes más jóvenes mostraron peores indicadores de salud en 2015 que en 2001. Por ejemplo, en 2001 solamente el 11% de los adultos entre 70 y 79 años tenían una situación de dependencia, porcentaje que aumentó al 23% en 2015.
Lo mismo ocurre en el caso de la hipertensión y la diabetes, que son dos de las enfermedades crónicas más prominentes. Por ejemplo, en el caso de la población de 60-69 años, el porcentaje de personas con diabetes aumentó 62,5% (pasando de 16 a 26 personas por cada 100) y el de hipertensión aumentó en 17,5% (pasando de 40 a 47 personas por cada 100).
Hoy estamos enfrentando significativos retos sanitarios y de cuidados, producto de cambios demográficos y epidemiológicos. Los primeros, que son graduales, son consecuencia del aumento en la proporción de personas mayores. Por ejemplo, del total de población de 50 años y más en México, el peso relativo del grupo de 60-69 pasó del 31% al 33%, y el del grupo de 70-79 pasó del 16% al 20% en el período de 2001 a 2015. Los cambios epidemiológicos son más drásticos y reflejan la ausencia o limitaciones de políticas preventivas y estilos de vida poco saludables en materia de alimentación y ejercicio en las últimas décadas.

Pablo Ibarrarán es Especialista líder en protección social en la División de Protección Social y Salud del Banco Interamericano de Desarrollo

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