Los chimpancés, los animales más
próximos a los humanos, tienen capacidad para entender el proceso de cocinado y
valoran sus resultados
El cerebro es una
herramienta muy útil, pero muy cara de mantener. Se suele estimar que, aunque
solo constituye el 2% de la masa del cuerpo, consume el 25% de la energía. En reposo,
este órgano gasta casi diez veces más que el músculo. Esa característica ha
hecho necesario buscar explicaciones a los mecanismos que utilizó la evolución
para hacer posible la expansión del cerebro, que ha doblado su tamaño desde
hace algo más de dos millones de años, cuando se sitúa la aparición de los
primeros humanos.
Un problema
fundamental es la alimentación. Para explicar el origen de la gran cantidad de
energía necesaria para alimentar el cerebro humano, algunos investigadores,
como el español Manuel Domínguez-Rodrigo, han apuntado a una dieta cada vez más carnívora. Otros, sin
embargo, consideran que la carne sola no resolvería el problema.
Richard Wrangham,
profesor de antropología biológica de la Universidad de Harvard (EE UU), estima
que, si comiésemos como los chimpancés, necesitaríamos cinco kilos de alimento
diario para sobrevivir. Además, procesar toda esa comida, en la que se incluyen
frutas y algunos animales pequeños, requeriría pasar seis horas diarias
masticando. En su opinión, el cambio que habría liberado la energía necesaria
de la comida es la cocina. Pasados por el fuego, los alimentos se vuelven más
fáciles de digerir y en la misma cantidad que crudos dejan más calorías en el
organismo.
Un
chimpancé dedica casi la mitad de su día a masticar, frente al 4,7% requerido
por los humanos
La semana pasada,
Félix Warneken, Alexandra G. Rosati, de las universidades de Harvard y Yale (EE
UU), publicaron los resultados de un estudio que
sugiere que el germen de la capacidad para cocinar habría aparecido hace más de
seis millones de años, cuando vivió el último ancestro común entre los humanos
y el chimpancé, nuestro pariente más cercano. En un
grupo de experimentos con chimpancés, mostraron que estos animales
prefieren la comida cocinada a la cruda, entienden lo que sucede con la comida
cruda cuando se cocina y pueden aplicar ese conocimiento en distintos
contextos, y son capaces de guardar o arriesgar comida cruda a cambio de tener
la oportunidad de cocinarla para comérsela después.
Este gusto por la
comida cocinada y la capacidad para entender cómo se produce habría permitido
que los humanos comenzasen a pasar sus alimentos por el fuego poco después de
controlarlo. Pese a esta tendencia, el problema para la hipótesis de Wrangham
se encuentra en la dificultad para encontrar pruebas definitivas del uso del
fuego hace casi dos millones de años, cuando comenzaron los cambios que
permitieron la aparición de los humanos modernos. Muchos antropólogos
consideran que no existen evidencias fiables de dominio del fuego hasta hace
medio millón de años, otro momento en el que se observa un salto adelante en la
evolución del tamaño cerebral. Para ellos sería posible que el aumento del
consumo de carne facilitase la primera revolución y la cocina de los alimentos,
la segunda.
Algunos hallazgos
recientes, como los realizados en la cueva de Wonderwerk, en
Sudáfrica, indican, no obstante, que los humanos de hace más de un millón de
años, probablemente Homo erectus, ya
utilizaban el fuego, aunque no es sencillo determinar si eso significaba que
eran capaces de dominarlo o mantenían fuegos obtenidos de fuentes naturales.
El
fuego también facilitó el crecimiento del cerebro favoreciendo la aparición del
lenguaje
Una incorporación
antigua de la cocina sería una manera de explicar cómo fue posible la
transformación física de los humanos que protagonizaron los erectus. La dieta
más fácil de procesar habría permitido una reducción en el tamaño de los
colmillos y la longitud del intestino, liberando energía para cebar un cerebro
en crecimiento.
Sin embargo, el
fuego no es lo único que diferencia la dieta humana de la de los chimpancés. En
una época de crisis, cuando los cambios climáticos transformaron los bosques
tropicales en los que vivían los ancestros humanos en regiones de sabana, se
produjeron innovaciones que cambiarían el rumbo evolutivo de aquellas especies
de primates. Entre otras cosas, las proteínas de origen animal ganaron espacio
en la dieta, a través de la carroña y, luego, de la caza, pero en general se
añadieron fuentes diversas de alimentos energéticos.
El uso de herramientas,
que también se empezó a generalizar en aquel tiempo, ayudaría a sustituir los
grandes aparatos digestivos y el tiempo necesario para masticar la comida
necesaria para sobrevivir. En un
estudio publicado en PNAS, Wrangham y otros colaboradores calcularon el tiempo
que los chimpancés, los humanos y algunas especies extintas pasaban cada día
masticando y comiendo. Los chimpancés ocupan en estos menesteres el 48% de su
tiempo frente al 4,7 estimado para los humanos. Una especie extinta como el Homo
erectusempleaba el 6,1% de su tiempo a masticar y comer y los
neandertales llegaban al 7%.
Esta liberación de
tiempo y energía, además de facilitar cambios físicos habría tenido
consecuencias sociales. Eudald Carbonell, investigador del Instituto Catalán de
Paleoecología Humana y Evolución Social (IPHES) y codirector de los yacimientos
de Atapuerca, considera que el control del fuego y su aplicación a la cocina
fue relevante para el crecimiento del cerebro humano. Sin embargo, recordando
que los grandes cambios evolutivos no suelen tener una explicación única y
simple, considera que el papel más relevante del fuego en la humanización “fue
sobre todo la introducción del lenguaje”. En su opinión, esta herramienta con
la que se construyó la sociedad surgió alrededor del fuego y fue “el lenguaje
el factor fundamental que impulsó el crecimiento del cerebro”.
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