Siempre que vuelvo a visitar a mis
padres, una costumbre que repito nada más llegar –y que para mí resulta un enorme
placer- es ir a la cocina, abrir el grifo y beber dos o tres vasos de agua. Al
terminar siempre exclamo lo mismo: ¡qué buena está! Y si alguien anda por la
cocina, al escucharme me mira como si hubiera visto un marciano.
No es novedad que el ser humano se acostumbra rápidamente a las comodidades y que tendemos a no apreciar todo aquello que obtenemos sin mucho esfuerzo y mantenemos con asiduidad; del mismo modo que resulta común extrañar y valorar aquello que perdemos. Quizá por ello, cada vez que pienso en ese lujo que es abrir el grifo, que salga agua potable con fuerza y que encima el agua sea muy buena, lo considero un auténtico lujo. A veces estos pequeños detalles cotidianos pasan inadvertidos, pero las cosas básicas y sencillas son las que realmente hacen que la vida sea más confortable.
De pronto pensé en cuántas personas de las más diversas zonas del mundo harían casi una fiesta al abrir un grifo y ver que sale agua fresca, limpia, potable… Sin ir más lejos recordé a un niño que caminaba en mitad de Tanzania por un camino hacia ninguna parte. Creo recordar que era por 1995 y, aunque imagino que las cosas por allí seguirán más o menos igual, en la medida en que más o menos haya llegado el sueño de la globalización, no podré olvidar aquellos pies cuya suela eran unos 2 centímetros de piel, resultado de los aproximadamente 12 kilómetros de ida –y otros tantos de vuelta- que aquel chaval debía recorrer cada día –con sendos cubos en sus manos- para recoger algo del preciado líquido elemento. Luego, los turistas accidentales -u occidentales, que muchas veces viene a ser lo mismo- salen con el tópico de que "son pobres pero muy felices"; pero imagino que, si vas descalzo y cargado por un camino polvoriento y dos guiris con un todo-terreno te recogen y te llevan a tu destino, mientras te ofrecen agua embotellada fresca, fruta y comida, la sensación debe ser algo muy parecido a la felicidad.
También me vinieron a la mente aquellos meses de felicidad que viví en una isla. Como en las islas muchos bienes son escasos –y traer las cosas de fuera encarece su precio- las personas suelen tener una cierta consciencia de lo que la escasez de agua implica. O lo que es lo mismo, una mayor responsabilidad sobre el consumo de agua, cosa que, en muchos lugares de la península, y al menos hasta hace poco, no había. Ahora parece que la gente ya empieza a ser algo más consciente del precioso valor del agua. Pero pese a todo, mientras escribo estas letras, vuelve a indignarme escuchar el típico chorro de agua cayendo desde un balcón. Es el clásico retrato sonoro del vecino incívico que pone la manguera a regar y se marcha, mientras el agua se desparrama a chorros –no creo que tampoco a sus plantas les siente bien este encharcamiento sobrevenido- hasta que rebosa y cae a la calle. Ya sé que este verano el problema, en según qué sitios, no es exactamente la escasez –a juzgar por las abundantes lluvias caídas días atrás en Vic o el inusual granizo de Murcia en agosto- pero al margen de que la coyuntura permita no tener que adoptar medidas de emergencia en estío, lo importante sería intentar fomentar esa conciencia cívica que recuerde el valor del agua.
Si por un momento cada cual imaginara el último corte de agua que sufrió, quizá podríamos entender lo que debe ser abrir el grifo y que durante meses no salga ni gota, nada; o como mucho una tímida araña… Sin necesidad de ubicarnos en los extremos, sería deseable que una mejor gestión del agua llegara a cada eslabón de la cadena porque, ni es una cosa de unos pocos, ni nadie puede asegurar que un día no seamos nosotros los que suframos esta escasez de agua. Puesto que el agua es vida, no hace falta conjugar el sentido inverso de esta frase. Y aunque ojalá esta situación no llegue nunca, sería bueno recordar que, cada gota, es preciada y cuenta.
No es novedad que el ser humano se acostumbra rápidamente a las comodidades y que tendemos a no apreciar todo aquello que obtenemos sin mucho esfuerzo y mantenemos con asiduidad; del mismo modo que resulta común extrañar y valorar aquello que perdemos. Quizá por ello, cada vez que pienso en ese lujo que es abrir el grifo, que salga agua potable con fuerza y que encima el agua sea muy buena, lo considero un auténtico lujo. A veces estos pequeños detalles cotidianos pasan inadvertidos, pero las cosas básicas y sencillas son las que realmente hacen que la vida sea más confortable.
De pronto pensé en cuántas personas de las más diversas zonas del mundo harían casi una fiesta al abrir un grifo y ver que sale agua fresca, limpia, potable… Sin ir más lejos recordé a un niño que caminaba en mitad de Tanzania por un camino hacia ninguna parte. Creo recordar que era por 1995 y, aunque imagino que las cosas por allí seguirán más o menos igual, en la medida en que más o menos haya llegado el sueño de la globalización, no podré olvidar aquellos pies cuya suela eran unos 2 centímetros de piel, resultado de los aproximadamente 12 kilómetros de ida –y otros tantos de vuelta- que aquel chaval debía recorrer cada día –con sendos cubos en sus manos- para recoger algo del preciado líquido elemento. Luego, los turistas accidentales -u occidentales, que muchas veces viene a ser lo mismo- salen con el tópico de que "son pobres pero muy felices"; pero imagino que, si vas descalzo y cargado por un camino polvoriento y dos guiris con un todo-terreno te recogen y te llevan a tu destino, mientras te ofrecen agua embotellada fresca, fruta y comida, la sensación debe ser algo muy parecido a la felicidad.
También me vinieron a la mente aquellos meses de felicidad que viví en una isla. Como en las islas muchos bienes son escasos –y traer las cosas de fuera encarece su precio- las personas suelen tener una cierta consciencia de lo que la escasez de agua implica. O lo que es lo mismo, una mayor responsabilidad sobre el consumo de agua, cosa que, en muchos lugares de la península, y al menos hasta hace poco, no había. Ahora parece que la gente ya empieza a ser algo más consciente del precioso valor del agua. Pero pese a todo, mientras escribo estas letras, vuelve a indignarme escuchar el típico chorro de agua cayendo desde un balcón. Es el clásico retrato sonoro del vecino incívico que pone la manguera a regar y se marcha, mientras el agua se desparrama a chorros –no creo que tampoco a sus plantas les siente bien este encharcamiento sobrevenido- hasta que rebosa y cae a la calle. Ya sé que este verano el problema, en según qué sitios, no es exactamente la escasez –a juzgar por las abundantes lluvias caídas días atrás en Vic o el inusual granizo de Murcia en agosto- pero al margen de que la coyuntura permita no tener que adoptar medidas de emergencia en estío, lo importante sería intentar fomentar esa conciencia cívica que recuerde el valor del agua.
Si por un momento cada cual imaginara el último corte de agua que sufrió, quizá podríamos entender lo que debe ser abrir el grifo y que durante meses no salga ni gota, nada; o como mucho una tímida araña… Sin necesidad de ubicarnos en los extremos, sería deseable que una mejor gestión del agua llegara a cada eslabón de la cadena porque, ni es una cosa de unos pocos, ni nadie puede asegurar que un día no seamos nosotros los que suframos esta escasez de agua. Puesto que el agua es vida, no hace falta conjugar el sentido inverso de esta frase. Y aunque ojalá esta situación no llegue nunca, sería bueno recordar que, cada gota, es preciada y cuenta.
Javier Castañeda | 14/08/2009 - 13:51 horas | Los 4 elementos
Si el agua es vida, su ausencia...
La importancia de tomar agua
Cerca del 90% de los ataques al corazón ocurren a la
mañana temprano, y pueden ser minimizados si tomamos uno o dos vasos de agua
(NO bebida alcohólica o cerveza) antes de acostarse por la noche.
"Yo sabía que el agua era importante, pero nunca supe sobre las horas especiales para beberlas".
"Yo sabía que el agua era importante, pero nunca supe sobre las horas especiales para beberlas".
Bebiendo agua a la hora
correcta, maximizas su efectividad en el cuerpo humano:
-Un vaso de agua después de despertarse? Ayuda a activar los órganos internos.
-Un vaso de agua 30 minutos antes de una comida? Ayuda a la digestión.
-Un vaso de agua antes de tomar un baño? Ayuda a bajar la presión sanguínea.
-Un vaso de agua antes de ir a la cama? Evita un derrame cerebral o un ataque al corazón.
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