Álex Gómez Marín (Barcelona, 44 años) cree en la utilidad de la terapia de constelaciones familiares para superar traumas, en que es posible hablar con parientes muertos a través de un médium o en que hay indicios de que la reencarnación es una realidad.
También es doctor en física y ha tenido una carrera científica
exitosa, con más de 100
artículos publicados
en revistas que van desde la física teórica a la neurobiología, pasando por la
cognición y la consciencia humana. Eso le llevó a ser científico titular del
CSIC y a dirigir su propio laboratorio, el de Comportamiento de Organismos en
el Instituto de Neurociencias de Alicante. Ahora, su laboratorio está vacío y
él es el único miembro del equipo; no recibe apenas financiación, y ninguna por
las vías habituales.
Gómez Marín nunca tuvo suficiente
con las respuestas que le
daban los gusanos, las
moscas o los ratones con los que trabajaba, ni con las preguntas estrechas y
acotadas que suele reclamar la ciencia para obtener resultados fiables. Nunca
fue materialista, al menos no del todo, pero una experiencia le hizo abandonar
definitivamente ese enfoque científico. En 2021, un sangrado incontrolable en
el estómago le llevó hasta el umbral de la muerte. Según el propio científico,
más allá, incluso. Desde entonces, quiso transitar por un nuevo camino de
conocimiento que atacase las preguntas fundamentales sobre la vida, la muerte y
la consciencia que suelen quedar fuera del alcance de la ciencia convencional.
“Estaba
en un pozo (un pozo muy parecido a uno que conozco bien). Miré hacia arriba. Vi
a tres figuras que me esperaban amorosamente en la luz, esta era amarilla
(parecida a la de los animales mitológicos del encuentro interior). El contorno
del rostro y cabello de cada una de esas figuras se delineaba a la perfección a
contraluz. Sus cabezas configuraban un triángulo perfecto en el círculo de la
apertura. Sabía quién era cada uno de ellos; no eran familiares difuntos, sino
guías espirituales. No sentí miedo. Me ofrecían una especie de cañas para salir
del pozo”. Así cuenta Gómez-Marín su experiencia cercana a la muerte que le
cambió la vida en La ciencia del último
umbral,
un libro que acaba de publicar en el que cuestiona la estrechez de la ciencia
que no acepta estos fenómenos como materia de estudio.
En una entrevista en la Casa de Fieras
del parque de El Retiro, en Madrid, cuenta que ha cerrado sus investigaciones
con animales y ahora trabaja con humanos. “Muchos de estos experimentos no se
pueden hacer en laboratorio y colaboramos con hospitales, para poder hacer, por
ejemplo, los estudios de testimonios de experiencias cercanas a la muerte”,
explica. Ahora, cuenta, hace una investigación todo lo barata que puede,
“porque en este país todavía es complicado tener financiación para estudiar la
conciencia y, aún más, temas que están en los márgenes”. Y se consuela pensando
que “muchas veces, el grueso de la financiación sirve para mantener a tus
ratones o tener microscopios, y eso no lo necesitamos”.
Cuando se le plantea soñar, dice que “si
tuviera mucho dinero crearía un Instituto para el Estudio de la Conciencia”,
porque ahora los científicos interesados en estos temas están “escondidos en
distintos institutos. La neurociencia en España tiene un legado de Cajal —muy
centrada en anatomía, molecular, en lo minúsculo— y yo estoy en el otro
extremo: la conciencia. Un instituto permitiría aglutinar no solo estudios
sobre ECM (experiencias cercanas a la muerte) sino muchas otras experiencias
marginales y variadas. Hay una historia de estudios parapsicológicos en España
—gente que lo hizo bien en sus ratos libres—; si se profesionalizara, podríamos
separar la paja del trigo”, plantea.
En su libro, Gómez Marín habla de las
personas que creen en la vida más allá de la muerte o en los fenómenos
paranormales como una minoría a la que él quiere ayudar a salir del armario.
Sin embargo, la realidad es que una gran parte de la población cree en que la
muerte no es el final. Él lo reconoce: “Sí, en realidad somos mayoría, pero una
mayoría silenciosa que en el colegio o en los medios se encuentra con esta
visión de la ciencia ortodoxa materialista. La gente, cuando va a buscar en la
ciencia respuestas sobre estos temas, porque ya no los busca en la religión, se
ha encontrado con una respuesta un poco despectiva: ¿cómo crees en esto? Y esa
gente se ha sentido pequeñita”.
La premisa con la que trabaja Gómez
Marín es que, a diferencia de lo que proponen las teorías neurocientíficas más
aceptadas sobre la consciencia, como una propiedad emergente que surge del
cerebro, donde los procesos neuronales generan nuestros pensamientos o nuestras
emociones, este órgano es en realidad una especie de filtro de una conciencia
que existe en el universo independientemente del cerebro. Esta hipótesis
explicaría, según Gómez Marín, fenómenos como las experiencias cercanas a la
muerte, que suceden cuando no hay actividad cerebral, o algunos experimentos
con sustancias psicodélicas, en los que la conciencia se expande cuando la actividad
cerebral se reduce.
El investigador barcelonés fue
transformado por su viaje al umbral de la muerte, pero asegura que trabaja
desde la duda. “Me doy cuenta de que, personalmente, tengo experiencia y un
sentimiento que pesa, pero como científico debo mantener la duda metodológica.
En mi libro hay partes donde digo “tiene buena pinta” o “hay evidencias que
apuntan en esa dirección”, pero no afirmo certezas metafísicas. Algunas
hipótesis son muy complicadas y no se desmontan con un solo experimento. No
digo que la ciencia demuestre que cuando te mueras irás al cielo. Lo que digo
es que durante mucho tiempo, en nombre de la ciencia, se ha dicho que creer en
estas experiencias era una locura. Ha habido una especie de dictadura
conceptual materialista que ha cerrado el espacio de investigación. Ahora me
conformo con que sobre la mesa estén dos opciones: la del cerebro como
productor de la conciencia y la del cerebro como permisivo”.
Álex Gómez-Marín ,investigador del CSIC,
en el parque del RetiroINMA FLORES
El interés por el más allá es eterno,
pero quizá es más novedosa la necesidad de demostrar científicamente que es una
realidad. Los éxitos de la ciencia materialista, desde la formulación de la ley
de la gravedad a la creación de fármacos contra el cáncer, han convertido a la
ciencia en una fuente de autoridad casi irrefutable. La gente ha tenido fe en
todo tipo de misterios inverosímiles sin necesidad de comprobarlos, pero ahora
también se busca que la ciencia avale lo que desde la experiencia subjetiva se
siente como verdadero.
Manuel Sans Segarra, un cirujano catalán
jubilado que se ha hecho famoso defendiendo la existencia de una
supraconciencia que sobrevive a nuestra muerte, prologa el libro de Gómez
Marín. Con su habitual batiburrillo de argumentos en los que recuerda
experiencias cercanas a la muerte de sus pacientes, critica que la ciencia se
considere el único medio para alcanzar el conocimiento y se apoya en teorías
científicas cuánticas a años luz de tener comprobación empírica, Sans Segarra
muestra una confianza en el resultado final de este viaje mucho mayor que el de
Gómez Marín. Pese a que no existen pruebas de que la supraconciencia sea algo
real, quien prologa su libro asegura que ya hay demostración
científica.
Algo que está demostrado es que muchas
de las personas que experimentan experiencias cercanas a la muerte vuelven
transformadas. Menos miedo a la muerte, más conexión con otras personas o con
la naturaleza, más esperanza. Además, como el propio Gómez-Marín comenta, la
experiencia se vive como algo “hiperreal”, muy distinto de un sueño. Este
beneficio es una de las motivaciones de quienes quieren demostrar con nueva
ciencia que el fenómeno no es una alucinación y un factor que hace dudar sobre
la capacidad de estos científicos para asumir, si es que un experimento así
fuese posible, que cuando el cerebro se desintegra no pervive ningún tipo de
consciencia. “La ciencia, durante mucho tiempo, ha dado desesperanza. En nombre
de la ciencia se decía: ‘Cuando se muera tu abuelito, ya está, no le vas a
volver a ver; esto es un hecho científico’. No, queridos, en nombre de la
ciencia no se puede decir eso”, dice el investigador, que se lamenta: “Venimos
de un desierto de desesperanza”.
En la conversación con Gómez Marín surge
un conflicto habitual entre quienes se ciñen a la ciencia materialista y los
que creen que hay algo más allá, ya sea el Dios de los cristianos o una
supraconciencia ajena a la religión organizada. El científico señala, con
razón, los escasos éxitos de la ciencia convencional, la que se ocupa solo de
lo medible y trata a los humanos como máquinas complejas, para explicar la
consciencia, e, incluso, el rechazo que, desde los tiempos de Galileo, esa
ciencia tan exitosa ha tenido hacia la experiencia subjetiva de estar vivo. Sin
embargo, ni los agujeros que dejan las teorías cosmológicas supone que tuvo que
existir Dios para crearlo todo, ni las carencias de la neurociencia son una
prueba de que las experiencias cercanas a la muerte sean una visita real al
umbral entre la vida y la muerte.
Espiritismo
y visitas a ‘Cuarto Milenio’
La necesidad de esperanza de Gómez
Marín, y su aceptación de todo tipo de fenómenos paranormales, abre la puerta a
prácticas como el espiritismo. Pese a que la capacidad de los médiums para
comunicarse con los muertos ha sido descartada por todo tipo de experimentos,
Gómez Marín cree que no hay que cerrarse a la posibilidad de que haya algún
médium verdadero. “¿Y si sí?”, pregunta. “Y si hay gente que contacta con
espíritus de verdad y una persona que necesita contactar con su familiar
difunto, de hecho, contacta, ¿quiénes somos nosotros para decirle que no lo
haga? También hay timadores entre los abogados o los periodistas”, remacha.
Gómez Marín alterna visitas a Cuarto
Milenio,
un programa que mezcla mensajes científicos probados con montajes burdos o
teorías conspirativas descabelladas, con publicaciones sobre teoría de la
consciencia en una revista de prestigio como Nature Neuroscience. Esta aparente inconsistencia no es
distinta de la de grandes figuras que protagonizaron la revolución científica,
como Newton o Kepler. El filósofo John Gray afirma que “la ciencia moderna
empieza cuando primero vienen la observación y la experimentación, y los
resultados se aceptan aunque aquello que muestran parezca imposible”. En su
ensayo La comisión para la inmortalización, Gray escribe: “Por
paradójico que resulte, el empirismo científico —confiar en la experiencia real
y no en principios supuestamente racionales— con mucha frecuencia ha ido
acompañado del interés por la magia”. Sin embargo, a falta de que se diseñen
nuevos métodos para poner a prueba la naturaleza de la realidad, por ahora, la
hipótesis de que el cerebro no produce la realidad, sino que la filtra, parece
tan difícil de testar como la teoría de cuerdas.
Carl
Sagan hizo célebre una frase que dice que afirmaciones extraordinarias
requieren pruebas extraordinarias. La idea proviene del razonamiento del
filósofo David Hume sobre los milagros, incluido en su Investigación
sobre el entendimiento humano de 1748. En él, Hume argumentaba que
“ningún testimonio es suficiente para establecer un milagro, a menos que el
testimonio sea de tal naturaleza que su falsedad fuese aún más milagrosa que el
hecho que intenta establecer”. La afirmación del escéptico escocés deja mucho
espacio a la subjetividad. Para la audiencia de Sagan, es probable que fuese
evidente que las pruebas de los milagros o de la supervivencia de la
consciencia no tuviesen nada de extraordinarias. Para un creyente, sin embargo,
un pequeño resquicio es suficiente para agarrarse a la existencia de lo
sobrenatural.


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