Lo único que no cambia es el
cambio. La vida es movimiento; de lo contrario, estaríamos muertos. Sin
embargo, nos cuesta afrontar novedades, salir del confort. Hasta que llega el
caos en forma de crisis existenciales.
Metidos en la experiencia de la
dualidad, los humanos nos debatimos entre el orden y el caos. Como predijo
Heisenberg en el Principio de incertidumbre, no se pueden
predecir los acontecimientos futuros con exactitud si ni siquiera se puede
medir el estado presente del universo de forma precisa. Dicho de otro modo, no
sabemos, ni podemos, controlar lo que sucederá dentro de nada. El control solo
es una falsa ilusión con la que algunos se quedan algo más tranquilos.
Si todo estuviera siempre ordenado,
no existiría la creatividad, ni el cambio, ni la curiosidad. Ni tan siquiera la
tarea de ordenar. Permanecer en el orden le hace a uno rígido, inalterable,
previsible y hasta obsesivo. Claro que, a su vez, el orden confiere seguridad,
permanencia, especialización y estabilidad.
Vivir siempre en el caos o en el
orden más absoluto es agotador. Por eso, la clave es encontrar orden en el
desorden tal y como proclaman los partidarios de la Teoría del Caos, o como
comprueban a diario todas la madres que intentan ordenar la habitación de sus
hijos.
Todo
tiene su función
“En las crisis, el corazón se rompe o se curte” (Honoré de Balzac)
Muchos hemos experimentado lo
dramáticamente juguetona que puede llegar a ser la vida; pone en desorden
aquello que creemos tener ordenado hasta la perfección. Cuando afecta a nuestra
identidad, hablamos de crisis existenciales.
Se caracterizan por un estado
letárgico y oscuro del que parece que no saldremos jamás. Nos hacen sentir
incapaces de tomar decisiones. No hay claridad, no hay futuro. Sin embargo, las
crisis existenciales tienen su función. Advierten que hemos postergado nuestra
evolución en aras de la seguridad, el placer o la falacia de eternidad que a
veces adjudicamos a los objetos y también a los sujetos. En segundo lugar,
sirven en bandeja una lección: es en el caos donde se produce el milagro del
aprendizaje. Y en tercer lugar, proporcionan posibilidades, entre ellas, la de
reinventarnos.
Diferentes
crisis, toda una vida
“En esta vida hay que morir varias veces para después renacer. Y las
crisis, aunque atemorizan, nos sirven para cancelar una época e inaugurar
otra” (Eugenio Trías)
Porque la vida es movimiento,
pasaremos por diferentes etapas que solo podremos resolver surfeando sobre una
crisis. Al margen del desarrollo evolutivo, con puntas críticas como la
adolescencia, la crisis de mediana edad y la vejez, el propio devenir
existencial acarrea estados y estadios de tormentosa búsqueda del ser, de
incomprensible desazón vital, de conquista de nuestra libertad y de
encontronazo con nuestros límites y condicionamientos.
Cuando cuesta encontrar sentido a
la vida, es fácil caer en esos miedos que los existencialistas identifican como
falta de deseo y motivación de autorrealización, o sea, el miedo a la muerte.
Como narra Ken Wilber, “la muerte es Thanatos, Shiva y Sunyata, y apenas nos
damos cuenta de su presencia el terror nos paraliza. En este nivel nos
enfrentamos con el terror existencial, con el miedo, con la angustia y con la
enfermedad de la muerte”.
El mismo Wilber recopiló una lista
de nuestras pesadillas existenciales:
1. Depresión existencial: estancamiento vital ante la falta
de sentido de la vida.
2. Falta de autenticidad: falta de conciencia y aceptación de
la propia finitud y mortalidad.
3. Soledad y extrañeza
existencial: un
sentimiento de sí mismo suficientemente fuerte que, sin embrago, se siente
ajeno a este mundo.
4. Falta de autorrealización: según Maslow, si eres menos de lo
que eres capaz, serás profundamente infeliz el resto de tu vida.
5. Ansiedad existencial: amenaza de muerte o pérdida de la
modalidad autorreflexiva de ser-en-el mundo.
No somos, sino que devenimos
“Sabemos lo que somos, pero no lo que podemos llegar a ser” (William
Shakespeare)
Estos entuertos no sucederían si
nos limitáramos a existir. Sin embargo, preferimos vivir. Y al vivir nos
convertimos en cocreadores de realidades. No van a parar de suceder cosas
porque la vida es cambio, movimiento e imprevisibilidad. Nuestras expectativas
son una invitación constante a la frustración y al desasosiego. Topan con otras
realidades, incidentes y vidas cruzadas. Cuantas menos expectativas, mejor.
Para mucha gente, esto significa
renunciar a las ilusiones. No obstante, cabe preguntarse por la residencia de
la alegría, del entusiasmo y la ilusión. ¿Dónde habitan? ¿En el presente o en
el futuro? ¿Dependen de nosotros o de los demás? La ilusión por el mañana la
vivo ahora y aquí. Mañana, Dios sabe lo que sucederá. Quien habita en su
corazón entusiasta, alegre, con ilusión, expande esa energía.
Muchas crisis nacen de tantas ideas
preconcebidas, también sobre nosotros mismos. Hay que ir quitándose esas falsas
etiquetas de lo que somos, para entender que acabamos deviniendo según nuestras
experiencias, relaciones y la consciencia que pongamos en todo ello.
El
misterio de vivir
“El hombre nunca sabe de qué es
capaz hasta que lo intenta” (Charles Dickens)
Nuestros escenarios vitales se
llenan a menudo de misterios, es decir, situaciones sin
explicación. Podemos distinguir la vida, como hizo el filósofo Gabriel Marcel,
entre problemas y misterios. Todo lo que es resoluble forma parte de los
problemas. ¿Qué ocurre con lo que no tiene respuesta? ¿Cómo interpretar lo que
ni tan siquiera alcanzamos a comprender? Como dijo Alan Watts, “la vida es un
misterio a vivir y no un problema a resolver”.
Las crisis existenciales nos
arrojan al misterio de vivir. Ante el misterio solo cabe la fe, que no es más
que la entrega a ese misterio con el convencimiento de que abandonarse a su poder
acabará siendo beneficioso. No estamos entrenados para vivir en la
incertidumbre. Tampoco es deseable una vida en la que solo exista el caos. Todo
es cambio. Cuanto más nos resistamos a aceptarlo, probablemente más crisis
sufriremos.
BUCEAR EN LOS VAIVENES
Libros
–
‘Psicología integral’, de Ken Wilber. Editorial Kairós.
–‘La sabiduría de
la inseguridad’, de Alan Watts. Editorial Kairós.
–‘Reinventarse’,
de Mario Alonso Puig. Plataforma Editorial.
Películas
– ‘La
insoportable levedad del ser’, de Philip Kaufman. 1987.
–‘El milagro de
Henry Poole’,
de Mark Pellington. 2008.
XAVIER GUIX 19/09/2010
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