Rumiando.
Para el título de este Editorial quizá un mejor término sería, ¨rumias[1] de
un viejo¨, pues con el peso de los años le da a uno por hacer de filósofo de
esquina… Por estos días de mayo de 2013 el clima se ha hecho mezquino, seco y
caluroso, vale decir mustio, y como prueba, la trasmutación del verdor del
Ávila por el amarillo pajizo sinónimo de sequía, que ofrenda su hojarasca a las
llamas, para que de las cenizas renazca de nuevo el ímpetu de la vida…
Desde la
ventana de mi consultorio que mira al Este, veo de soslayo la noble montaña,
guardiana de la salud espiritual de Caracas y sus habitantes que ahora toma su
tono triste, no dejando nido para la espiga del capim melao -melinis
minutiflora-, hierba permanente que cuando vigorosa e inflorescente danza a
sus vientos espantando culebras e insectos; no obstante, a la distancia
distingo la Cruz de los Palmeros en el Peñón Diamante a la derecha del Pico
Oriental de la Silla de Caracas –irrenunciable signo de esperanza- . Viéndola
nítidamente, evoco el cuadro de arqueros del antiguo ejército romano que para
ser aceptados como tales, debían mirar hacia la constelación de la Osa Mayor
tratando de identificar la estrella Mizar y a un par de segundos, otra más
pequeña llamada Alcor; ambas consideradas como un tipo de estrella doble
visual, o sea, separables visualmente. No sé si hubiera pasado la prueba…
aunque mis cataratas aún no están en sazón.
Tomo mi sol del mediodía leyendo la prensa sabatina y es increíble,
veo plantas ornamentales que no le paran bolas al tórrido verano; en este
instante admiro en mi propio jardín coquetas, azáleas y varios capullos de la
dama o jazmín de noche (Cestrum nocturnum), esa cuya floración es de
apenas horas y que muestra su magnificencia y aroma únicamente a aquellos
espíritus que madrugamos, así que al despuntar el sol, ya no más erguida,
señorial y orgullosa, cierra sus pétalos y se entrega a la muerte: ¡Vida,
pasión y muerte en contadas horas! Al frente igualmente miro una buganvilia (Bougainvillea
glabra) o mejor dicho, una trinitaria de hojas perennes, violetas,
amarillas o rojas; una planta que no se deja: Mientras más verano la azota, más
altiva y colorida refulge ante el astro rey de rayos inclementes; entre más
sequía, más hermosura, y desafiantes y bondadosas como que quiere comunicarnos
algo…
Pienso entonces en la vejez, ¿cuál otra sino la mía…? Mi vida frugal,
dedicada al estudio, al trabajo, a la enseñanza, a mi hogar, a mi familia, al
deporte y bajo la mirada amorosa de Graciela, mi mujer, mi consuelo y mi todo.
En su conjunto han hecho mi vejez hasta ahora feliz… Y cursando la mitad de la
octava década de mi vida, casi que no me duele nada, y si algo me doliera, a
poco se me quita… y por ser un semiótico y un empedernido observador, no suelo
encontrar una explicación o un diagnóstico para mi transitorio y molesto
huésped. Tal vez es que la salud se hastía y nos envía mensajes, pero no para
que tomemos medicinas sino para que pensemos en su brevedad, para que meditemos
como el cínico aquel que pontificaba, ¨¡La salud es un estado transitorio que
no conduce a nada bueno…!¨
Cotufa nuestra
perrita caniche o poodle –como quiera llamársela-, herencia
obligada de nuestra nieta Fabiana, con la inteligencia que distingue su raza,
sus ojos expresivos y meneando la colita, me acompaña en mis cavilaciones y
comparte conmigo pistachos y semillas de merey. Lo digo a mis cercanos, ¨¡Nunca
fui tan feliz como en esta época de mi vida…! No soy amante del dinero, ni me muero
trabajando para obtenerlo, pues como decía Louis Agassiz, paleontólogo, ¨No
puedo perder el tiempo haciendo dinero¨. Aún sintiendo la lejanía de mis más
caros afectos, mis hijos y mis nietos, esparcidos en las antípodas del globo
terráqueo, no me cimbra el desespero, y Graciela y yo mitigamos nuestra soledad
mirándoles a través del Skype para que no olviden nuestras
caras y nuestros ojos reflejen nuestro amor. Ellos, bien criados y con el
ejemplo familiar en sus alforjas, haciendo sus vidas en ambientes que a
nosotros se nos antojan agrestes, pero no a ellos. Entienden el destino que les
ha tocado en suerte y luchan con principios, valores y virtudes, con coraje y
decisión, sabiendo también que nada se van a llevar cuando los llamen a
responder por sus acciones, como no sea el agradecimiento de aquellos alguna
vez que tocaron con sus corazones bondadosos ¡Nada más que eso…!
Juventud vs. Vejez
Sirva este introito para hablar de la vejez y luego de la jubilación…
Decía Alejandro Dumas, hijo, que la vejez no era soportable sin un ideal o un
vicio… Todavía realizo mis actividades con esmero; los días lunes se me hacen
muy largos y pesados; los días viernes muy cortos y ligeros, y estoy convencido
de que tienen menos horas. Espero con ansia el fin de semana para descansar,
leer, escribir, hacer más deporte o realizar lo que me gusta, y me agrada
preguntarme y preguntarles a mis pacientes, ¿Imagina cómo sería si todos los
días fueran domingo, imagina el hastío y el aburrimiento de una dosis diaria de
domingo? ¡A eso se llama jubilación no programada, triste y estéril!
¿Esperamos tener una larga vida? ¡Seguro que sí!... pero, ¿queremos
llegar a viejos? Quizá no tanto… Por miles de año los humanos esperamos lo uno
sin aspirar a lo otro, y por supuesto, hemos sido decepcionados. Se aseguraba
que Cleopatra se bañaba con leche de burra para mantenerse joven y bella pero
la mordedura del áspid no le permitió vivir lo suficiente como para comprobar
su eficacia. La leyenda de la fuente de la juventud pudo haberse originado al
norte de la India alcanzando Europa en el siglo VII y fue ampliamente conocida
en la edad media; el explorador español Juan Ponce de León fue más famoso por
su búsqueda de la bendita fuente que por descubrir la Florida en 1513. Nunca
encontró la rejuvenecedora fuente que le vendieron los nativos y terminó sus
días cuando una flecha envenenada le produjo la gangrena de una pierna…
Cuando Lucas Cranach el viejo tenía 74 años, pintó su famosa obra de
la fuente milagrosa donde se mostraban ancianas arrugadas entrando por un lado
y saliendo por el otro jóvenes y hermosas. El Dorian Gray de Oscar Wilde
guardaba en el ático un cuadro de sí mismo donde sus excesos se representaban
mientras él mismo se mantenía siempre joven y buenmozo. Ese es pues el paradigma
que todos ansiamos y por tanto estamos preparados para ensayar todo tipo de
repugnantes y no tan repugnantes tratamientos que varían al son de los tiempos
como baños de lodo, inyecciones de glándulas de mono, vitaminas, hormona
de crecimiento o lipoesculturas y por supuesto, el inefable Botox®...
Podría uno pensar que no hay porqué preocuparse, total, la gente vive
muchos más años que nunca. Miremos al hombre de Neanderthal cuya expectativa de
vida era de 20 años, mas, las cosas comenzaron a mejorar gradualmente; a
mediados del siglo XVIII en Europa del Oeste la expectativa era de 30 años;
ahora la expectativa al nacer como un todo es de cerca de 65 años gracias a la
centuria previa donde ocurrió una mejoría de las condiciones de vida, salud
pública y cuidados médicos; así, un niño nacido hoy día en áreas influyentes de
Norteamérica o Europa tienen una expectativa de vida de 75 u 80 años, con
excelente oportunidad de evitar una vejez devastadora y prematura y gozar de un
confortable estilo de vida. Como todo tiene sus contras, el mayor problema sea
quizá resistir la tentación de comer mucho, ejercitarse muy poco y
transformarse en un obeso; sin embargo, si el sujeto de ocupa de sí mismo y
permanece en buena forma podría extender su tiempo activo y productivo sobre la
tierra.
Aceptar la vejez es algo muy personal y
anclado a la carga cultural y espiritual de cada persona. Pero el término
senectud es triste por lo que implica: la vitalidad declina, la eficiencia
biológica disminuye en forma progresiva y el organismo cansado y con poca
reserva orgánica, padece para mantenerse como sistema eficaz. Veamos, se acepta
que entre los 30 y 75 años la máxima captación de oxígeno durante el ejercicio
disminuye un 60%; la capacidad vital en un 40% y el gasto cardíaco en reposo,
30%. El metabolismo basal y las actividades gonadal y suprarrenal decrecen,
amenazando el machismo en el hombre. El flujo sanguíneo y el peso del cerebro
disminuyen, este último a consecuencia de la insensible pérdida de neuronas.
Nos volvemos emotivos; antes podíamos ser impasibles ante la tristeza, la
violencia o la infancia desvalida; hoy nos conmueven al punto de humedecer
nuestros ojos o producir un salto de lágrimas sin saber el porqué… Somos más
compasivos y afectuosos con los nietos de lo que fuimos con los hijos… ¿Quién
más que Rubén Darío para pesaroso decírnoslo en verso en su Canción de Otoño en
Primavera? ¨Juventud, divino tesoro/ ¡ya te vas para no volver! /
Cuando quiero llorar no lloro… / y a veces
lloro sin querer¨.
Pero envejecer trae aparejado un sentido drama
que no tiene tanto que ver con el cansancio orgánico y más con el desplome del
espíritu, acicateado por la soledad y el aislamiento que nos identifica con el
desierto de Sahara, ¨una inmensa soledad que aflige el alma, sus setecientas
leguas de calma y paz¨.
¨Descansar es empezar a morir¨-Don Gregorio Marañón, 1897-1960).
En nuestro país la jubilación nos arropa a los 60 años si somos
hombres, y a los 55 años si somos mujeres, siempre que hayamos cumplido por lo
menos, 25 años de servicio; o, cuando completemos 35 años de servicio,
independientemente de la edad. No vamos a ocuparnos de aquellos jubilados
que comprendiendo su nueva situación hacen cambios para poder seguir adelante
gratificados y exitosos; sólo de aquellos otros que encallan en las llanas
aguas del ponto…
En adición a la mortificaciones propias de la edad avanzada, pudieran
entonces estar esperándonos las ¨jubiladopatías¨ (Nasio, 1970), perturbaciones
de índole psicosomática. Y es que la súbita ruptura de pautas y conductas
a las que estuvimos sometidos durante largos años, el ¨bajar la santamaría¨
-como en lenguaje coloquial solemos decir-, puede acarrearnos verdaderas
desdichas. Pensamos que no tener ya más obligaciones es una liberación;
pero ojo, más que descanso, suele esconder una ociosidad forzada, una detención
de la marcha con visos de intolerable castigo, pues muy pronto hacen su
aparición la soledad y el hastío con su cortejo trágico de decaimiento por
fragmentación de elementos no vitales para el adecuado funcionamiento orgánico…
Imagínese, muchos que no han programado el qué hacer al momento del retiro,
permanecerán en sus casas donde no por raridad se encontrarán inoportunos,
expectantes y hasta humillados, y cuidado si deseando echar marcha atrás
volviendo a sus lunes largos y sus viernes chiquitos… Todos los días les
asaltan síntomas insustanciales y ordinarios, o absurdos y desacostumbrados y
comienza un proceso de autoscopia en la cual perciben con preocupación el latir
de la fisiología normal de los órganos como anormal presagio. Comienzan
entonces a acumular un curriculum morbi de mal dormir;
dimnesias u olvidos benignos sin trascendencia patológica que disparan el temor
a la demencia; la pesadez o liviandad de la cabeza se hace dura carga; los
¨mareos de tierra¨ donde se sienten en movimiento como después de haber
permanecido detenidos en una canoa sólo movida por la mar, oscilando
subjetivamente al caminar o al mantenerse erguidos, y que atemorizados ante una
caída, los mantiene en casa induciéndoles a la horizontalidad, a un decúbito
ominoso que no vaticina nada bueno…; dolores neurálgicos, parestesias,
trastornos del apetito por falta o exceso con pérdida o ganancia de peso;
estreñimiento muchas veces pertinaz que les lleva a centrar todos sus
pensamientos y preocupaciones en la evacuación intestinal y en la observación
cuidadosa de las deyecciones en la búsqueda de sospechosos indicios de
enfermedad; la pérdida de la libido, las cervicalgias y lumbalgias, las
gonalgias y coxalgias y todo cuanto revele el dolor de haber sido y ahora no
ser…
El color de la piel transmuta al amarillo cetrino por la falta de sol,
aire puro y la anemia moderada y hasta el arrugamiento cutáneo acentuado…
¿Será que tengo un cáncer…? En el hombre el teñido del cabello para tapar las
canas y verse más juvenil no logra sino producir un tinte que no es negro ni
amarillo y que desluce por lo artificial. La declinación de las facultades
intelectuales deparadas de la ausencia de estímulos seniliza el cerebro. Algunos
dicen querer curarse pero inconscientemente lo rehúyen para congraciarse con
sus molestias y ser motivo de atención. Muchas veces los médicos les llenamos
de drogas terapéuticas que con sus efectos colaterales e interacciones crean
nuevos síntomas, calamidades y temores.
El trabajo suele ser a la vez servidumbre y fatiga, pero también
venero de interés, factor de equilibrio y de integración social con el agregado
de agerasia, vale decir, vejez exenta de amarguras y achaques con aspecto de
juventud. No es raro pues observar que quienes esperaban ansiosos la
jubilación, luego se sientan arrepentidos ante el aburrimiento que quita el
gusto por la distracción y acelera la decadencia, ante la nefasta inercia que
resquebraja el equilibrio físico y mental, al percibirse el sello de la
devaluación, el sentimiento de arrumbamiento, de reducción a la nada,
transformados en ruinosas antiguallas expectando maniatados el inicio de la
muerte biográfica, más penosa y azarosa aún que la verdadera muerte biológica.
Colofón.
Los avances científicos y mejores maneras de vivir han extendido la
existencia activa, siendo que el anciano de ayer es el maduro de hoy; por
tanto, es obligante un cambio en los patrones de valoración del rendimiento del
hombre que desarraigue la idea de que los 55 o los 60 años es el acabose del
ser humano, el inicio de la decadencia, pues debe recordarse que los primeros
cuatro o cinco decenios son físicos, de activa preparación y evolución mental,
que alcanzará sazón en los decenios siguientes, años de madurez, producción y
espiritualidad, donde los que continúan ilustrándose y cultivando sus
facultades mentales convierten sus años en sabiduría y sus días en cosecha de
realizaciones…
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