Llegan, nos
contagian sus emociones negativas y nos dejan sin fuerzas.
Defenderse y
protegerse de este tipo de personas es una obligación.
Seguro que usted se ha visto alguna
vez en esa situación en la que después de mantener una conversación con un
amigo se ha sentido desolado, ha contemplado el mundo con más tristeza y menos
entusiasmo que antes de empezar la conversación, o ha pensado: “Madre mía, a
este amigo no le pasa nada bueno, siempre tiene una queja”. Y en situaciones
extremas, ha escuchado el teléfono, ha visto el nombre de la llamada entrante y
ha dejado de atenderlo porque sabe que esa persona, de alguna manera, le va a
complicar la vida: le va a contar un nuevo problema o seguirá hablando de su
monotema, por lo general con temática “desgracia”. La pregunta que uno se
plantea siempre después de pasar un rato con las personas víricas es: “¿Y yo
qué necesidad tengo de estar oyendo esto?”.
¿Quiénes son las personas víricas?
Aquellas que llegan y le contagian de mal humor, de tristeza, de miedo, de
envidia o cualquier otro tipo de emoción negativa que hasta ese momento no se
había manifestado en su cuerpo. Es igual que un virus: llega, se expande, le
hace sentir mal y cuando se aleja, poco a poco, usted recobra su estado natural
y, con suerte, lo olvida.
El origen de la persona vírica puede
ser variado: el mal genio, la envidia, la falta de consideración, el egoísmo,
la estupidez o la falta de tacto. Lo importante es verse con recursos
suficientes para protegerse del contagio. El mundo está lleno de personas
víricas de diferentes tipologías, unas menos dañinas y otras malévolas que
dejan memoria y cicatriz.
Víricos pasivos.
En esta categoría incluyo a los
victimistas, los que echan la culpa de todo su mal a los que tienen alrededor,
nunca son responsables de lo malo que les ocurre porque son los demás o las
circunstancias los que provocan su malestar. Si les escucha y a usted le va bien,
llegará a sentirse mala persona por disfrutar de lo que los victimistas no
tienen. Y no porque no tengan posibilidad de hacerlo, sino porque han aprendido
a obtener la atención a través de la queja y eso es cómodo. Se sienten
maltratados por la vida y abandonados de la suerte. Por supuesto, le hacen
sentir mal a quien no les presta la atención de la que se creen merecedores.
Con estas personas sufrirá el contagio del virus tristeza, frustración y
apatía.
Víricos caraduras.
Son los que siempre le pedirán
favores, pero a la vez no son capaces de estar atentos a sus necesidades. No
mantienen relaciones bidireccionales en las que entreguen tanto como reciben.
Tiran de otros sin preguntarles si están bien, si necesitan ayuda, si les viene
bien prestársela en ese momento. Son egoístas y egocéntricos, y en el momento
en el que se deja de satisfacer sus necesidades comienza la crítica y el
chantaje emocional. Con estas personas sufrirá el contagio del virus “siento
que abusan de mí”, aprovechamiento y resignación.
Víricos criticones.
Viven de vivir la vida de otros
porque no les vale con la suya. Su vida es demasiado gris, aburrida o
frustrante como para hablar de ella, así que destrozan todo lo que les rodea.
No espere palabras de reconocimiento hacia los demás ni que hablen de forma
positiva de nadie, porque el que a los demás les vaya bien, les potencia su
frustración como personas. No saben competir si no es destruyendo al otro.
Arrasan como Atila. Con estas personas sufrirá el contagio del virus
desesperanza, vergüenza, incluso culpa si participa en la crítica. Y la culpa
luego arrastra al virus del remordimiento.
“Se puede confiar en las malas personas, no
cambian jamás”, de William Faulkner, narrador y poeta estadounidense, premio
Nobel de literatura en 1949.
Víricos con mala idea.
Manténgalos bien lejos. Están
resentidos con la vida, ya sea porque no han sido capaces de gestionar la suya
o porque la suerte no les ha acompañado. Anticipan que las personas son
interesadas y no esperan nada bueno de ellas. Todo lo interpretan de forma
negativa, a todo el mundo le ven una mala intención. Viven en un constante ataque
de ira, como si el mundo les debiera algo. No soportan que otros tengan éxito,
esfuerzo y fuerza de voluntad, porque estas actitudes de superación les
ningunean todavía más. Con estas personas sufrirá el contagio del virus
indefensión, inseguridad, impotencia y ansiedad.
Víricos psicópatas.
Para los que no lo sepan, no hace
falta ser asesino en serie para ser un psicópata. El psicópata es aquel que
inflige dolor a los demás sin sentir la menor culpabilidad, remordimiento y sin
pasarlo mal. De estos hay muchos de guante blanco. Son los que humillan, faltan
al respeto a propósito, pegan, amenazan y provocan que se sienta ridículo,
menospreciado, y se cargan la autoestima. Ante ellos, salga corriendo, porque
el que lo hace una vez, repite. Si le permite que le maltrate, usted terminará
pensando que ese es el trato que merece. Con estas personas sufrirá el contagio
del virus miedo y odio. Muy difícil de erradicar, perdura durante mucho tiempo
en su memoria.
Mecanismos de defensa.
Para evitar el contagio de los
víricos victimistas, lo primero que hay que hacer es pararles. Decirles que
estará para ayudarles a tomar decisiones y solucionar problemas, pero no para
ser el pañuelo en el que ahogan sus penas sin implicarse. Estas personas se
acostumbran a llamar la atención con sus desgracias, pero son incapaces de
responsabilizarse y actuar porque optan por el camino fácil: llorar.
Dígale que estará encantado de
ayudarle siempre y cuando se movilice. Y si no lo hace, decida alejarse de
alguien que ha tomado la decisión de ser un parásito toda la vida. No lo está
abandonando, le está dando aliento para que actúe. Si decide no tomar las
riendas de su vida, ser su paño de lágrimas, tampoco será una ayuda. Se gasta
la misma energía quejándose que buscando soluciones. La primera opción consume
y resta, y la segunda suma.
Ante el virus de pedir, el antivirus
de decir no. Si usted no hace prevalecer sus necesidades y prioridades, ellos
tampoco lo harán. Una cosa es ser solidario y otra muy distinta estar a
disposición de todos y no estar nunca para uno mismo.
No permita que la persona vírica
criticona haga juicios de otras personas que no estén presentes. Si lo hace con
otros, también lo hará cuando usted no esté presente. No entre en su juego ni
se identifique con esa conducta. Dígale que no le gusta hablar de personas que
no están presentes. Y si se trata de rumores, dígale que no tiene la certeza de
que el rumor sea cierto. Los rumores, la mayoría de las veces, son infundados,
falsos o exagerados. Se propagan como el viento, y a pesar de que luego se
compruebe que son falsos, el daño ya está hecho. Actúe como le gustaría que lo
hicieran, con respeto, discreción y veracidad. Es más importante ser ético que
evitar un conflicto con un criticón.
Y por último, no permita que nadie
le falte al respeto y mucho menos le maltrate ni psicológica ni físicamente.
Como personas, todos merecemos un trato digno. Hágase valer. Pida ayuda,
póngase en su sitio, no consienta una segunda oportunidad a quien le ha hecho
daño. El que le daña no le quiere; olvídese de justificarle por su pasado, su
carácter, su educación, el alcohol o sus problemas. Nada, absolutamente nada,
autoriza la falta de respeto y el maltrato físico y psicológico. Y esto es
válido en el ámbito familiar, laboral y entre los amigos.
Rodéese de personas de bien, que le
quieran y que se lo demuestren, que le hagan feliz, con las que salga con las
pilas recargadas. Tenemos la obligación de ser felices y disfrutar. Hay mucha
gente dispuesta a ello. No las deje escapar. Las personas estamos para
ayudarnos, somos un equipo.
Ilustración de José Luis Ágreda
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