Solo con leer la palabra ya se genera una reacción psicológica y hormonal
Ciertos mensajes saludables podrían estar boicoteando su
operación posverano. Ir a un restaurante "saludable" o que nos sirvan
ensalada como acompañamiento a cualquier plato (incluido una hamburguesa),
podría llevarnos a pensar que tomamos menos calorías de las que ingerimos, o
que algo engorda menos de lo que de verdad engorda (como sucede con las
versiones ligeras de todo lo rico). Optar por lo light hace también que
comamos un 35% más; que nos permitamos más caprichos o recompensas por lo bien
que lo hemos hecho… y que nos sintamos menos llenos.
"Los adultos jóvenes que leen
correctamente las etiquetas nutricionales presentan mejores patrones
alimentarios", Journal
of The Academy of Nutrition and Dietetics
Esto último fue lo que documentó Alia Crum, investigadora
del departamento de Psicología de Yale (EE UU). "Las
etiquetas no son solo etiquetas; evocan una serie de creencias […]
y afectan al proceso fisiológico de los nutrientes que consumimos". Así,
Crum advirtió en su experimento que la grelina (hormona del hambre) descendía
mucho menos tras tomar un batido de vainilla etiquetado como "bajo en
calorías, cero grasas, cero azúcares añadidos y solo 140 calorías", que
tras beber otro marcado con un suculento nombre y "620 calorías".
Ambos eran en realidad exactamente la misma receta, con 300 calorías.
Si señalaran dónde hay que parar, comeríamos menos
O hágalo usted mismo. Algo tan sencillo como poner
una marca donde acaba la porción recomendada hace que la gente coma menos y
sepa qué cantidad se mete entre pecho y espalda de una sola sentada. Así lo
demostró un estudio en el que quienes comieron de un bote de patatas fritas
normales —en las que intercalaron otras de color rojo para señalar el fin de la
ración—, pararon antes y pudieron declarar con bastante precisión cuántas
habían comido en total.
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