El Congreso Internacional de Enfermedades Infecciosas debate las implicaciones para la salud de la sobreexplotación del medio ambiente
A los mosquitos les gusta el calor. Cada especie tiene su
temperatura ideal, pero los que propagan enfermedades infecciosas, como el
dengue, la fiebre amarilla, la malaria, el zika o el chikungunya, se comportan
de forma parecida: están cómodos entre 25 y 30 grados; es entonces cuando se
reproducen, se alimentan y, así, van transmitiendo estas dolencias de unas
personas a otras. Y el mundo se está calentando. Al unir estas dos realidades
se puede pensar que las epidemias se multiplicarán en el futuro. Y es muy
posible que sea así, lo que no está tan claro es cómo.
Los
científicos llevan años calculando la manera en que afectará el calentamiento
global a la subida del nivel del mar. Aunque las cifras varían según las
investigaciones, hay consenso en el que dos grados de aumento de temperatura
pueden tener consecuencias devastadoras y hacer desaparecer cientos de
ciudades, obligando a desplazarse a millones de personas. Otras afecciones de
la subida de las temperaturas están menos estudiadas, pero son cada vez más los
epidemiólogos, biólogos, infectólogos e investigadores de varias ramas los que
tratan de anticipar cómo será la salud global en el mundo sobreexplotado que
estamos dejando. La salud planetaria es
una nueva disciplina que trata de explorar estos campos que, para algunos
científicos, ya no tiene sentido separar. Lo que le hagamos a la Tierra va a
afectar de una u otra forma al ser humano.
Lo
que ocurriría con las enfermedades transmitidas por los mosquitos con la subida
de las temperaturas no es solo que se propagarían más, sino que cambiarían sus
escenarios. Esto explicaba el pasado sábado 3 de marzo la doctora Jamie
Caldwell, de la Universidad de Stanford, en el Congreso Internacional de
Enfermedades Infecciosas (ICID, por sus siglas en inglés) que se está celebrando estos días en Buenos Aires.
El
equipo en el que trabaja Caldwell ha estudiado la fisiología de los zancudos,
su respuesta térmica, los índices de picaduras, entre otras variables, para
crear modelos matemáticos que predigan su comportamiento, de forma parecida a
lo que se hace para estudiar la subida del mar. La conclusión es que muchas
zonas que ahora los sufren, dejarán de hacerlo, ya que a estos insectos les
gusta cierto calor, pero no demasiado. Así, los lugares que se fueran por
encima de los 30 grados (aproximadamente) se librarían de ellos, mientras que
las que estuvieran, por ejemplo en 23 y subieran a 25, notarían un tremendo
incremento de mosquitos y, previsiblemente, de las enfermedades que traen
consigo. En las zonas frías la situación no variaría significativamente, ya que
no alcanzarían los umbrales mínimos de temperatura.
Este
es solo un pequeño ejemplo de cómo la mano del ser humano, que hace subir la
temperatura del planeta, se vuelve en contra de él en forma de enfermedades
infecciosas. Modelos similares se usaron por ejemplo en Brasil durante el
mundial de fútbol de 2014 para predecir la incidencia del Dengue. La doctora
Rachel Lowe, de la Royal Society Dorothy Hodgkin, participó en estos estudios
que dieron “resultados prometedores”, aunque todavía se tienen que ir
mejorando.
El calentamiento global no solo aumentará las epidemias causadas
por los mosquitos, sino que variará lo lugares donde se producirán
La
marca del ser humano es tan notable que los científicos llaman la actual era geológica antropoceno. La evidencia muestra que estamos siendo responsables de
la sexta gran extinciónde la
historia de nuestro planeta. Y esto, de nuevo, puede pasar factura a nuestra
salud. Serge Morand, profesor de la Universidad Kasetstar de Tailandia, expuso
también en el ICID la correlación que existe entre pérdida de biodiversidad y
aumento de enfermedades zoonóticas (que se transmiten entre animales y
personas). “Cuanto más biodiversidad, más limitadas están las dolencias en un
país. Esto es muy interesante cuando se lo mostramos a políticos, porque
siempre piensan que brotes se deben a los animales silvestres”, explica.
Un
ejemplo de las razones que puede haber detrás de esto es que al terminar con
los hábitats de determinadas especies, estas cambian de costumbres y propagan
dolencias que de otra forma quedarían confinadas. Así es como parece que surgió el brote de ébola que asoló África
Occidental en 2014. La tala de bosques
tropicales pone en contacto al ser humano con animales que sirven de reservorio
para el virus y se lo trasmiten.
No
es el único ejemplo. El virus nipah, un brote emergente que causa casos graves
en animales y seres humanos, vivía en los murciélagos. En el sudeste asiático,
la tala de bosques les quitó su ecosistema; fueron a parar cerca de granjas de
cerdos, que fueron infectados para contagiar posteriormente a las personas.
La evidencia muestra que estamos siendo responsables de la sexta
gran extinción de la historia de nuestro planeta. Y esto, de nuevo, puede pasar
factura a nuestra salud
Conocer
todas estas interacciones entre el planeta y la salud es el primer paso para
evitarlas. “La mayoría de las veces buscamos tecnología para brindar solución
al problema en lugar de hacerlo de raíz. Cuidemos la biodiversidad y nos
ahorraremos muchos problemas”, reclama Morand. Pero también hay soluciones
menos sistémicas. Anticipar la llegada de un virus como el zika puede producir
comportamientos en la población que mitigue sus efectos. La investigadora Jamie
Caldwell cuenta que en sus estudios detectaron cómo proliferaban las
comunidades de mosquitos en lugares con neumáticos, cocos y botellas de
plástico. Allí se acumulaba el agua durante las lluvias y se convertían en
lugar ideal para que crecieran las larvas. “Conociendo esto se puede
concienciar a las comunidades para que no dejen estos residuos. Parece menor,
pero se pueden evitar miles de contagios”, explica.
Y,
obviamente, no todas las interacciones del ser humano con la naturaleza son
negativas. Esta misma doctora pone el ejemplo de cómo haciendo una represa en
Senegal han conseguido vivir de la piscicultura y, a la vez, rebajar la
cantidad de caracoles que portan al parásito causante de la esquistosomiasis, una enfermedad catalogada por la Organización
Mundial de la Salud como desatendida que
causa estragos en zonas tropicales, especialmente de África.
Todo
esto no deja de ser una pequeña muestra de cómo esta disciplina da sus primeros
pasos. Pero hoy día se desconoce más de lo que se sabe con respecto a los
vínculos entre la salud del Planeta y la humana. Porque hay muchas muestras
evidentes, como la contaminación, que mata cada año a siete millones de personas, o los desastres naturales. “Pero todavía falta generar
mucha evidencia”, en palabras de Raffaella Bosurgi, editora de la revista Lancet Planetary Health que,
junto a la Rockefeller Foundation, crearon una comisión para diagnosticar los
impactos de la explotación de la Tierra en la salud. En julio de 2015 lanzaron sus primeras conclusiones: “La degradación de los sistemas naturales amenazan con
revertir las mejoras que se han conseguido en el último siglo. En resumen,
hemos hipotecado la salud de las generaciones futuras para conseguir el
crecimiento económico y el desarrollo del presente”.
PIXABAY
Buenos Aires 4 MAR 2018 - 03:14 CET
No hay comentarios.:
Publicar un comentario