Las experiencias cercanas a la muerte o la lucidez terminal provocan preguntas sobre lo que sabemos de la conciencia
“Mi
madre tenía alzhéimer avanzado. Ya no nos reconocía y parecía indiferente a
esos extraños que la visitaban una o dos veces por semana. El día antes de su
fallecimiento, sin embargo, todo cambió. No solo nos reconoció, sino que quiso
saber qué nos había pasado a cada uno en el último año”. El testimonio de una
mujer alemana, recogido en 2019 por Alexander Batthyány, director del Instituto Viktor Frankl en Viena, muestra un caso de lo
que se ha bautizado como lucidez terminal, un breve retorno del yo en personas
que parecían haber desaparecido mucho tiempo antes por culpa de lesiones
cerebrales o alzhéimer.
En su libro El Umbral (Errata Naturae), recientemente
publicado en castellano, Batthyány cuenta su investigación sobre este fenómeno
poco estudiado, relatando casos de familiares y profesionales sanitarios que
asisten a lo que parece una resurrección temporal de alguien que daban por
perdido. Según sus estimaciones, hasta un 6% de las personas que parecen haber
perdido la consciencia para siempre lo experimentan. En una entrevista con EL
PAÍS, el psicólogo defiende el interés de estudiar estos casos para entender su
significado. Para él, desafían la concepción actual de que la mente es solo una
propiedad emergente del cerebro y que cuando este se daña la consciencia
desaparece para siempre.
Para Batthyány, la lucidez terminal
cuestiona el “materialismo ingenuo” que relaciona capacidades como la memoria o
la visión con áreas concretas del cerebro y requiere abrirse a la posibilidad
de que hay una consciencia independiente del cerebro. “En condiciones normales,
quizá el mejor modelo sea el materialista, pero cuando nos acercamos al final,
el materialismo ya no aplica”, asevera.
La lucidez terminal y las experiencias cercanas
a la muerte serían
un indicio para personas como Batthyány de que, junto a la consciencia que
surge del cerebro y que desaparece cuando este se deteriora, hay otra
protegida, etérea, oculta durante nuestra vida terrenal por la anterior, pero
que resurge en las postrimerías de la vida, liberada por fin de las cadenas de
la materia. Eso explicaría los chispazos finales de conciencia o los relatos de
personas que reviven después de haber estado clínicamente muertos. Esa luz al
final del túnel, el encuentro con seres queridos fallecidos, la sensación de
disolución del ego y unidad con el universo que transmite una paz
indescriptible y hace que muchos de los que tienen la experiencia pierdan el
miedo a la muerte e incluso la añoren.
Por ahora, la evidencia para sustentar
estas hipótesis tan ambiciosas es escasa, y el propio Batthyány lo reconoce. La
mayor parte de su investigación, como la que se ocupa de las experiencias
cercanas a la muerte, depende de la recopilación de casos retrospectivos, de testigos
que cuentan lo sucedido, algo que, en términos científicos, es evidencia de
baja calidad. En experiencias tan extraordinarias e imprevisibles, resulta
difícil aplicar criterios de la ciencia moderna como que sea medible,
reproducible y predecible.
Desde el estudio de referencia del
cardiólogo neerlandés Pim van Lommel, publicado en la revista The
Lancet en
2001, el campo de la investigación de este tipo de fenómenos ha estado dominado
por personas que favorecen una interpretación dualista, que afirma que existe
una consciencia separada del cerebro. Esto sucede, en parte, porque la misma
investigación de las experiencias cercanas a la muerte parecía más una tarea de
colaboradores de Cuarto Milenio que de científicos serios.
Ahora, también hay algunos científicos convencionales que están empezando a
trabajar en este campo. Es el caso del Grupo de Ciencia del Coma de la
Universidad de Lieja, en Bélgica. Este año, un equipo de ese grupo, encabezado
por Charlotte Martial, publicó en la revista Nature Reviews Neurology, un artículo en el que presentan un modelo
neurocientífico de las experiencias cercanas a la muerte.
El modelo NEPTUNE (siglas en inglés de
Teoría Neurofisiológica y Evolutiva-Psicológica para Comprender las
Experiencias Cercanas a la Muerte) plantea que estas experiencias son una
cascada de procesos neurofisiológicos y psicológicos que se inician en
situaciones críticas. En esas circunstancias, la privación de oxígeno o los
cambios en el cerebro provocan aumentos en neurotransmisores como la serotonina
y la dopamina e incrementan la excitabilidad neuronal en algunas regiones
cerebrales. Eso estaría detrás de las sensaciones vívidas, la calma o la
sensación de verse abandonando el propio cuerpo, características de las
experiencias cercanas a la muerte (ECM). Además, plantean enmarcar esta
respuesta fisiológica dentro de la teoría evolutiva, como una herramienta para
afrontar amenazas. Más que respuestas, este modelo supone un marco para
plantear experimentos rigurosos.
Martial considera que el dominio de la
visión dualista en la interpretación de las ECM se debe, por un lado, “a que no
hay un marco científico riguroso y convincente para explicar esas experiencias
subjetivas, ricas e intensas que aparecen en un momento en el que no habríamos
esperado que hubiese consciencia”. Además, en décadas recientes no ha habido
experimentos a gran escala para probar un modelo científico de las ECM.
Los proponentes de teorías dualistas de
la muerte sugieren que lo que se ve durante una ECM o en los últimos momentos
de lucidez son una ventana a otro mundo en el que no aplican las reglas de
este. Quienes viven esos roces con el más allá vuelven contando que les inundó
un sentimiento de paz y armonía con el universo, que vieron cómo se separaban
de su cuerpo o que se veían rodeados por una luz brillante. Pero, según ha
comprobado Martial, no es necesario estar cerca de la muerte para vivir esas
experiencias. La estimulación de partes específicas del cerebro con electrodos
intracraneales puede inducir experiencias similares, igual que las sustancias
psicodélicas. También sucede con los síncopes.
En un artículo publicado
recientemente,
ella y su equipo estudiaron a 22 voluntarios sanos que se indujeron síncopes a
sí mismos. Durante sus breves desmayos, el 36% relataron una experiencia
subjetiva que cumplió los criterios para una ECM según la escala creada por el
psiquiatra Bruce Greyson para evaluarlas. Un 88% tuvo
sentimientos de paz o agrado, un 50% sensación de alegría, el 100% sintió como
se separaban de su cuerpo y el 50% creyó entrar en otro mundo más etéreo. Este
experimento sugiere, según Martial, que la hipoxia desempeña un papel
importante en las ECM.
Martial coopera con un experimento para
poner a prueba el dualismo, escondiendo señales en la sala de reanimación,
invisibles desde la cama, para comprobar si los pacientes pueden verlos. “Hasta
ahora no hay resultados concluyentes”, dice la investigadora, que reconoce que,
con la tecnología que se tiene, como el electroencefalograma o la resonancia
magnética, no se podrá poner a prueba la idea de si hay una fuente de la
conciencia distinta del cerebro.
Desde Barcelona, impulsado por la
Fundación Incloby, se está llevando a cabo el Proyecto Luz, un estudio de ocho años para estudiar
las ECM y sus efectos a largo plazo. El objetivo principal del trabajo es
documentar cómo cambia la vida y los valores de las personas después de ser
reanimados tras un paro cardiorrespiratorio. Lidera este proyecto Luján Comas,
especialista en Anestesiología y Reanimación del Hospital Vall d’Hebron de
Barcelona durante 32 años: “Experimentan paz y amor, y son capaces de ver a
personas que han fallecido, muchos expresan que sintieron que llegaban a casa y
no querían volver a la vida”. “Vuelven cambiados, con otros valores, más
espirituales, aunque no necesariamente religiosos, reconocen lo que realmente
tiene sentido en la vida, centrándose en el amor”, asegura Comas.
La especialista cree que “si las
personas tienen estas vivencias cuando el cerebro está plano y no tiene
actividad eléctrica, el concepto de que la conciencia solo es un producto del
cerebro y se acaba cuando este deja de funcionar no es correcto”. Pero reconoce
que, por ahora, solo es una hipótesis.
En ese salto, en busca de un apoyo
científico que armonice intuiciones espirituales ancestrales y razón, los
partidarios de la visión dualista suelen echar mano de la física cuántica. El
cirujano Manuel Sans Segarra, célebre por afirmar que tiene pruebas científicas
de que existe vida después de la
muerte,
suele apelar a la cuántica como fundamento para afirmar que existe una
supraconciencia inmortal de la que todos formamos parte. Pero la física
cuántica “no puede utilizarse para explicar estos fenómenos”, en palabras de
Alberto Casas, profesor de investigación del CSIC en el Instituto de Física
Teórica de Madrid. “El cerebro es un sistema macroscópico, donde estos efectos
cuánticos se diluyen”, concluye.
Einstein habló de una acción
fantasmagórica a distancia y Comas considera que el fenómeno nos dice que “todo
está interconectado” y que existe una conciencia no local que no está anclada a
un cerebro individual. Casas explica que “pensar que un cerebro puede estar
conectado con otro por una especie de telepatía debida al entrelazamiento, no
se sostiene”. “Es más, aunque se pudieran entrelazar, la propia física cuántica
implica que no se podría transmitir ninguna información significativa”,
remacha.
Los partidarios del dualismo tienen
prisa por ir más allá. En parte, porque la explicación materialista, aunque
fuese cierta, no ofrecería alivio ante la angustia de la muerte, y la
espiritual lo proporciona, tenga o no base real. Para Comas, el relato de estas
experiencias “da esperanza de que la vida sigue y da esperanza a la gente que
ha perdido a un ser querido [...] de que te vas a volver a encontrar”. “Yo creo
que eso ya es suficiente, si eso ayuda a una persona a recuperarse, ¿por qué lo
hemos de destruir?”, pregunta.
Aunque
no deja de ser otra especulación imposible de comprobar, las afirmaciones de
Batthyány y Comas encajan con la explicación evolutiva al hecho de que las
experiencias como las ECM o las personas que afirman haber tenido contactos
vívidos con el más allá aparecen en todas las épocas y en todas las culturas
humanas del planeta. Ayudan a vivir. Los que defienden la hipótesis dualista
sugieren que esta universalidad de los relatos prueba que el más allá no es una
alucinación provocada por engranajes neuronales. Por ahora, las evidencias solo
permiten asegurar una cosa: la necesidad de consuelo que tiene el ser humano es
insaciable.
ILUSTRACIÓN PRINCIPAL: CINTA ARRIBAS

No hay comentarios.:
Publicar un comentario